“Seguiré luchando por la tercera república española y malditas las guerras y canallas los que las apoyan”. Con estas lacónicas palabras comenzaba don Julio Anguita, pocas horas después de enterarse de la trágica muerte de su hijo en Irak, una conferencia con motivo del aniversario de la República Española de 1931. Sin duda la afirmación relativa a la guerra se puede y se debe compartir pues recordando a Herodoto “no hay nadie que en su sano juicio prefiera la guerra a la paz porque en tiempos de paz, los hijos entierran a sus padres y ello resulta normal; mientras que durante las guerras son los padres los que entierran a sus hijos y ello, alejado de toda normalidad, resulta antinatural”, pero la mención a la forma de gobierno, monárquica o republicana, siempre es cuestionable y en cualquier caso no se puede aceptar una u otra alegremente sin que existan unos mínimos análisis y estudios de los que, por otro lado, tanto agradan al dirigente comunista.
No cabe duda que la creciente aparición de banderas tricolores en las pasadas manifestaciones antibelicistas supone un revulsivo y un escándalo para los beatos de la monarquía encastillados en cierta centenaria corte de papel que apresuradamente comenzaron una denodada defensa de la institución monárquica personificada en Juan Carlos de Borbón; no obstante, todo este debate sobre la Monarquía o la República, aparece como irreal y ficticio por no decir claramente que resulta inútil y estéril.
Es innegable que la república tiene sus ventajas sobre la monarquía, así como también es innegable que la monarquía tiene sus ventajas sobre la república siendo una de ellas, cuando no la fundamental y única, que la función del monarca es constituir una magistratura que, estando por encima de toda opción y ambición política y económica (que no por encima de la ley), conserve la prerrogativa de garantizar en último extremo los derechos de los más desfavorecidos frente a todo abuso de los poderes políticos o económicos y sirva de garantía infranqueable frente a todo desviacionismo de la acción de gobierno hacia la tiranía y la ilegalidad. Pero hoy en día la cuestión no es esa, no es hacer grandes y eruditas disertaciones propias del clasicismo o del renacimiento sobre las formas de gobierno, hoy la cuestión es menos sabia y más grosera. En el mundo actual todo esta mezclado y confundido, no hay formas de gobierno puras y toda forma de estado responde a intereses espurios en los que el pueblo solo es un convidado de piedra en el carrusel electoral.
Si se observa y analiza la república moderna más antigua existente encarnada por Estados Unidos de América, vemos en ella elementos comunes a todos los estados occidentales contemporáneos con independencia de que se trate de monarquías o repúblicas. En ella el pueblo es convocado a las urnas con periodicidad y teóricamente cualquier ciudadano puede acceder a la Presidencia de la República, pero hay datos objetivos que no pueden dejar de llamar la atención como es el hecho de que en la República de los Estados Unidos el poder político esta en manos de algunas familias que históricamente han intervenido directa o indirectamente en el gobierno desde su independencia en 1776, así podemos citar entre otras muchas a la familia Roosvelt que dio dos presidentes y numerosos graduados en West Point, a la familia Kennedy que dio un presidente, varios candidatos a la presidencia y multitud de políticos menores (diplomáticos, senadores...), a la familia Bush, con otros dos presidentes proporcionados al emergente imperio y algún que otro Gobernador. A este hecho hay que añadir que los presidentes norteamericanos deben su acceso a la presidencia a grupos económicos y financieros encarnados también por un número reducido de familias como la Rockefeller (que también desempeña actividades políticas directas), la Morgan, la Vanderbilt, la Hearts, la Carnegie... que controlan poderosas multinacionales y medios de comunicación y que imponen la política a seguir al mismísimo gobierno a cambio de su apoyo siendo la forma de gobierno que realmente rige en Norteamérica no una república ni una monarquía sino una verdadera aristocracia en la que los intereses del pueblo resultan irrelevantes no gobernando por y para el interés general y bienestar común sino para el interés particular de esa misma aristocracia político-económica.
Por lo que respecta a nuestro país (que francamente, es el único que me interesa), a pesar de que la Constitución de 1978 viene a confirmar como forma de gobierno la monarquía que fue instaurada por voluntad exclusiva de “Su Excelencia” en 1969, viene a suceder lo mismo que en la anteriormente mencionada República Norteamericana y que en las demás repúblicas y monarquías del Hemisferio Norte. En Las Españas, desde hace más o menos doscientos años, el poder político es patrimonio casi exclusivo de unas pocas familias que, capeando incluso muy sangrientas turbulencias políticas, han mantenido siempre su presencia política con monarquías, repúblicas y dictaduras. Estas familias entre las que se encuentran los Aznar, los Suárez, los Cabanillas, los Fernández Cuesta, los Primo de Rivera, los Calvo Sotelo, los Morán, etc. ... perpetúan sus cargos transmitiéndoselos a sus descendientes y llevando una muy interesante táctica de enlaces matrimoniales entre ellos que les permiten conservar siempre su influencia con independencia del partido que resulte vencedor en las elecciones. A estas familias “políticas” hay que añadir la existencia de otras familias “económicas” que se perpetúan en la vida económica del país del mismo modo y que aportan el apoyo financiero, económico y mediático al poder político para que éste gobierne en beneficio de sus intereses. Así podemos observar con estupor que nuestra política europea esta dirigida por grupos financieros e industriales, nuestra reciente política internacional en Oriente Medio, concretamente en Irak, ha estado condicionada gravemente, desde 1991, por los intereses económicos de las petroleras y constructoras españolas y que las relaciones diplomáticas con los países hispanoamericanos esta en su práctica totalidad en manos privadas, en manos de empresas multinacionales como Telefónica, el Banco Bilbao-Vizcaya o el Banco Santander Central Hispano. También resulta claramente manifiesto que la política interior ejecutada por el gobierno central o por los gobiernos autonómicos no es efectivamente elaborada y planteada por el Congreso de los Diputados, por las Cámaras Autonómicas o por el Consejo de Ministros sino por ciertos consejos de administración de entidades financieras y empresariales.
Así pues, atendiendo a estos hechos difícilmente cuestionables, la discusión sobre la Monarquía o la República resulta un debate altamente irreal, no tanto por la verdaderamente escasa militancia monárquica o republicana como porque, hoy en día, ni la República es sinónimo de libertad ni la Monarquía equivale a estabilidad. Actualmente ha quedado sobradamente probado que tan bananera puede ser una Monarquía como una República y que tan criminal y tiránica puede ser una República como una Monarquía, siendo el sistema de gobierno universal que impera en todos los estado occidentales sin excepción un sistema neoaristocrático nacido de una muy provechosa simbiosis entre un reducido número de familias que ejercen el poder o la influencia política y otro numero igualmente reducido de familias que disponen del poder y la influencia financiera y económica.
No cabe duda que la creciente aparición de banderas tricolores en las pasadas manifestaciones antibelicistas supone un revulsivo y un escándalo para los beatos de la monarquía encastillados en cierta centenaria corte de papel que apresuradamente comenzaron una denodada defensa de la institución monárquica personificada en Juan Carlos de Borbón; no obstante, todo este debate sobre la Monarquía o la República, aparece como irreal y ficticio por no decir claramente que resulta inútil y estéril.
Es innegable que la república tiene sus ventajas sobre la monarquía, así como también es innegable que la monarquía tiene sus ventajas sobre la república siendo una de ellas, cuando no la fundamental y única, que la función del monarca es constituir una magistratura que, estando por encima de toda opción y ambición política y económica (que no por encima de la ley), conserve la prerrogativa de garantizar en último extremo los derechos de los más desfavorecidos frente a todo abuso de los poderes políticos o económicos y sirva de garantía infranqueable frente a todo desviacionismo de la acción de gobierno hacia la tiranía y la ilegalidad. Pero hoy en día la cuestión no es esa, no es hacer grandes y eruditas disertaciones propias del clasicismo o del renacimiento sobre las formas de gobierno, hoy la cuestión es menos sabia y más grosera. En el mundo actual todo esta mezclado y confundido, no hay formas de gobierno puras y toda forma de estado responde a intereses espurios en los que el pueblo solo es un convidado de piedra en el carrusel electoral.
Si se observa y analiza la república moderna más antigua existente encarnada por Estados Unidos de América, vemos en ella elementos comunes a todos los estados occidentales contemporáneos con independencia de que se trate de monarquías o repúblicas. En ella el pueblo es convocado a las urnas con periodicidad y teóricamente cualquier ciudadano puede acceder a la Presidencia de la República, pero hay datos objetivos que no pueden dejar de llamar la atención como es el hecho de que en la República de los Estados Unidos el poder político esta en manos de algunas familias que históricamente han intervenido directa o indirectamente en el gobierno desde su independencia en 1776, así podemos citar entre otras muchas a la familia Roosvelt que dio dos presidentes y numerosos graduados en West Point, a la familia Kennedy que dio un presidente, varios candidatos a la presidencia y multitud de políticos menores (diplomáticos, senadores...), a la familia Bush, con otros dos presidentes proporcionados al emergente imperio y algún que otro Gobernador. A este hecho hay que añadir que los presidentes norteamericanos deben su acceso a la presidencia a grupos económicos y financieros encarnados también por un número reducido de familias como la Rockefeller (que también desempeña actividades políticas directas), la Morgan, la Vanderbilt, la Hearts, la Carnegie... que controlan poderosas multinacionales y medios de comunicación y que imponen la política a seguir al mismísimo gobierno a cambio de su apoyo siendo la forma de gobierno que realmente rige en Norteamérica no una república ni una monarquía sino una verdadera aristocracia en la que los intereses del pueblo resultan irrelevantes no gobernando por y para el interés general y bienestar común sino para el interés particular de esa misma aristocracia político-económica.
Por lo que respecta a nuestro país (que francamente, es el único que me interesa), a pesar de que la Constitución de 1978 viene a confirmar como forma de gobierno la monarquía que fue instaurada por voluntad exclusiva de “Su Excelencia” en 1969, viene a suceder lo mismo que en la anteriormente mencionada República Norteamericana y que en las demás repúblicas y monarquías del Hemisferio Norte. En Las Españas, desde hace más o menos doscientos años, el poder político es patrimonio casi exclusivo de unas pocas familias que, capeando incluso muy sangrientas turbulencias políticas, han mantenido siempre su presencia política con monarquías, repúblicas y dictaduras. Estas familias entre las que se encuentran los Aznar, los Suárez, los Cabanillas, los Fernández Cuesta, los Primo de Rivera, los Calvo Sotelo, los Morán, etc. ... perpetúan sus cargos transmitiéndoselos a sus descendientes y llevando una muy interesante táctica de enlaces matrimoniales entre ellos que les permiten conservar siempre su influencia con independencia del partido que resulte vencedor en las elecciones. A estas familias “políticas” hay que añadir la existencia de otras familias “económicas” que se perpetúan en la vida económica del país del mismo modo y que aportan el apoyo financiero, económico y mediático al poder político para que éste gobierne en beneficio de sus intereses. Así podemos observar con estupor que nuestra política europea esta dirigida por grupos financieros e industriales, nuestra reciente política internacional en Oriente Medio, concretamente en Irak, ha estado condicionada gravemente, desde 1991, por los intereses económicos de las petroleras y constructoras españolas y que las relaciones diplomáticas con los países hispanoamericanos esta en su práctica totalidad en manos privadas, en manos de empresas multinacionales como Telefónica, el Banco Bilbao-Vizcaya o el Banco Santander Central Hispano. También resulta claramente manifiesto que la política interior ejecutada por el gobierno central o por los gobiernos autonómicos no es efectivamente elaborada y planteada por el Congreso de los Diputados, por las Cámaras Autonómicas o por el Consejo de Ministros sino por ciertos consejos de administración de entidades financieras y empresariales.
Así pues, atendiendo a estos hechos difícilmente cuestionables, la discusión sobre la Monarquía o la República resulta un debate altamente irreal, no tanto por la verdaderamente escasa militancia monárquica o republicana como porque, hoy en día, ni la República es sinónimo de libertad ni la Monarquía equivale a estabilidad. Actualmente ha quedado sobradamente probado que tan bananera puede ser una Monarquía como una República y que tan criminal y tiránica puede ser una República como una Monarquía, siendo el sistema de gobierno universal que impera en todos los estado occidentales sin excepción un sistema neoaristocrático nacido de una muy provechosa simbiosis entre un reducido número de familias que ejercen el poder o la influencia política y otro numero igualmente reducido de familias que disponen del poder y la influencia financiera y económica.
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