“K” se apresuró a descender para sumarse a los esforzados seres empeñados en la noble tarea de liberar el carro del viscoso elemento cuando vislumbró que no era un carro lo que allí se encontraba preso sino una antigua carroza que aún conservaba vestigios de su pasada grandeza y hermosura, que sin duda recuperaría completamente tras las oportunas tareas de limpieza y reparación.
Sin pensárselo dos veces y lleno de entusiasmo, “K” se sumo al grupo humano que empujaban la carroza desde la parte trasera de la misma hacia la salida de la vaguada. Los trabajos colectivos que se hacían por sacar la carroza del barro dibujaban una obra pictórica del más puro romanticismo a la que se sumaban los gritos de ánimo y los jadeos provocados por los esfuerzos; más la carroza no solo no se movía lo más mínimo sino que, incluso de forma imperceptible, parecía un poco más hundida en el fango. A pesar de todo, las labores continuaban sin cesar.
“K” empujaba y empujaba, el barro ocultaba completamente su calzado y salpicaba toda su ropa, pero nada le hacía desistir de la libremente asumida tarea no percatándose de que nueva gente se sumaba a los intentos por sacar la carroza del fango mientras que otros, hartos ya de tanto trabajo estéril, los abandonaban retomando su camino.
En un instante en que “K” dejó de empujar para retomar el aliento y limpiarse con su pañuelo el sudor de la frente y el barro que ya le llegaba al rostro, echo una mirada escrutadora al grupo de sus esforzados compañeros de trabajo dándose cuenta de que había mucho de apariencia en la escena de la que era coprotagonista pues detecto que en el grupo no existía una finalidad homogénea. Y es que, efectivamente, en el grupo humano que rodeaba la carroza había unos que se sacrificaban hasta extremos heroicos para arrancar al fango su presa llegando incluso a sucumbir hundidos en el mismo, otros simplemente gritaban y gemían apoyados sobre algún punto de la carroza fingiendo un esfuerzo que realmente no realizaban, otros contrarrestaban con muy mala fe el esfuerzo de los primeros empujando en dirección contraria con igual fuerza e incluso había unos que se habían subido a la carroza instalándose cómodamente en ella, incrementando así el peso de la misma y aprovechándose del descuido de todos los demás para sustraerles las bolsas de dinero y otros efectos de valor.
“K”, se puso a gritar intentando organizar todo aquello. Animaba a los que hacían los mayores esfuerzos, a redoblarlos; recriminaba a los que fingían exhortándoles a empujar la carroza, intentaba organizar a los que hacían contra fuerza para que su trabajo fuera productivo y beneficioso para todos y ordenaba a los que estaban encaramados en la carroza que bajasen de ella devolviendo todo lo que habían robado, pero nadie le hacía caso y todos seguían a lo suyo sin orden ni concierto desoyendo todo consejo. Solo de vez en cuando, como si de un constante goteo se tratase, varias personas se marchaban abandonando el trabajo al tiempo que otras nuevas se incorporaban a él.
Habían transcurrido casi doce horas desde que “K” se había incorporado al grupo que rodeaba la carroza cuando fatigado, totalmente enfangado hasta llegar a confundirse con el suelo, rota su voz de tanto vocear animando y organizando inútilmente y viendo como algunos de los que empujaban animosamente dejaban de hacerlo para empezar a engrosar las filas de los que disimulaban o de los que contrarrestaban todo esfuerzo, o incluso, a intentar subirse al carruaje, abandonó hastiado los trabajos para seguir su camino dirigiéndose a la loma que estaba frente a aquella de la que provenía. Empezó a subir por su falda cuando, volviéndose, dirigió una última mirada a la carroza y al grupo que la rodeaban viendo que algunas personas habían abandonando el trabajo siguiéndole, al tiempo que otras nuevas llegaban prestas a ayudar ocupando el lugar que aquellos abandonaban. Mientras tanto la carroza seguía allí sin moverse ni un ápice, imperceptiblemente más hundida en el fango y solo sostenida en la superficie de la tierra por los esfuerzos renovados que aportaban los nuevos voluntarios que se incorporaban a los trabajos todo lo cual hizo pensar a “K” que mientras todo siguiera así las personas de buena fe tendrían la ilusión de sacar del fango a la carroza, pero qué esta jamás saldría de él y su supervivencia, que no ya la restauración en su antiguo esplendor, tan solo dependía del mantenimiento del frágil equilibrio de fuerzas existente que, de momento, se lograba gracias a la incorporación de las nuevas gentes de buena voluntad que sustituían a las que ya, experimentadas y desilusionadas, abandonaban por imposible todo trabajo. No obstante tal equilibrio de fuerzas no duraría eternamente y un momento llegaría en que se quebraría con las consiguientes consecuencias fatales para la carroza y para todos aquellos que la rodeaban pues al ser, de una u otra manera, el único punto de apoyo de todos ellos desaparecerían con ella arrastrados hasta lo más profundo de la ciénaga.
Esta es la parábola de la carroza…. Quien quiera entender que entienda que para el buen entendedor pocas palabras bastan y estas ya son concretamente 960, es decir, muchas.
3 comentarios:
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Por supuesto que puedes añadirme a tu lista, yo te añado ahora mismo a la mía. Mil gracias y un abrazo.
Francis.
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