Muerto Franco, aprobada la
Constitución y formado, por primera vez en la historia de España, el primer
gobierno socialista en solitario; concluyó la gran operación de ingeniería
jurídico-política conocida por “la transición”, la cual explica por sí sola la
conocida frase de Giuseppe Tomaso di Lampedusa: “Es necesario que todo cambie
para que todo siga igual”, y dio comienzo, con algún que otro altibajo,
el momento político actual que aún continúa y que en realidad no ha sido nada más
que un “Hispanorum Modus Vivendi” entre los de arriba y entre los de arriba y
los de abajo.
Con el Partido Socialista Obrero
Español en el poder en el año 1982, no solo se derrumba el mito de la izquierda
revolucionaria de una forma nítida y sin paliativos, sino que no son pocos los
adinerados aristócratas de recio abolengo y los burgueses capitalistas que, al
amparo de “el puño y la rosa”, hacen excelentes negocios y multiplican sus
riquezas. Son los años ochenta del siglo pasado, España acaba de entrar en la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y en la entonces Comunidad
Económica Europea (antes Mercado Común y después Unión Europea), los precios
experimentan su primera subida espectacular de la noche a la mañana a
consecuencia de la implantación del Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA) que
grava el consumo y se inician las primeras grandes inversiones públicas y
privadas en infraestructuras en las que se invierten los ingentes “fondos de
cohesión” que nos da Europa a cambio de acabar con el sector agropecuario
español y con la infraestructura industrial existente. Son los años en qué
criticar la entrada de España en la CEE estaba generalmente mal vista por
todos, especialmente por los españolitos de a pié.
Desde 1982 hasta el año 2008
aproximadamente, España percibe numerosas ayudas económicas de la Unión
Europea, pero esas ayudas, en principio generosas en extremo, no son gratuitas
sino que se deben a unas contraprestaciones exageradas y desproporcionadas que
nuestro país hace a Europa como son limitar la producción agropecuaria, vender
las industrias del sector público y eliminar todo sector industrial, como el
naval o el siderometalúrgico, que pudiera hacer la más mínima competencia a la
industria Francesa o Alemana. Por otra parte esas ayudas o “fondos de cohesión”
debían de emplearse en construcción de infraestructuras de comunicación
haciéndose numerosas autovías, autopistas, redes ferroviarias de alta velocidad
y mejorándose puertos navales, aeropuertos etc.… A esas obras públicas que se
estaban realizando en nuestro país se añaden a mediados de los años noventa del
siglo XX el afán urbanizador que hace que se emprenda la construcción de
numerosas urbanizaciones de lujo, Resort, complejos hoteleros y viviendas de
toda clase destinadas no tanto a la venta en el mercado interior como a
satisfacer el mercado turístico y el deseo de sol, playa y servicios sociales de
numerosos europeos de “clase media” (1) que venían a disfrutar de su jubilación
a nuestro país donde además se encontraban con la mejor sanidad de Europa. La
construcción de todas estas infraestructuras y el boom inmobiliario contribuyeron
a crear numerosos puestos de trabajo y a que el desempleo llegara, en el año 2007, a su cota más baja
desde 1978 a
la vez que el estado se enriquecía a través de todo tipo de impuestos,
especialmente del IRPF, IVA y Transmisiones Patrimoniales; es decir se llegó a
una situación de aparente riqueza y bien digo “aparente” porque la verdadera
riqueza es aquella que se puede sostener indefinidamente en el tiempo y no la
que se crea o se viene abajo de la noche a la mañana.
En esta época nadie se percató que
se había destruido todo el tejido productivo del país y que esas ayudas o
fondos se podían dejar de percibir generando, el necesario mantenimiento de
todas esas infraestructuras, en muchos casos faraónicas; un gasto constante al
estado que este no podría afrontar sin incrementar el endeudamiento y el
déficit público, sin subir los impuestos y sin cobrar o recortar determinados
servicios públicos. Por otra parte esta era la época en la que un simple peón,
sin más estudios que la Enseñanza Obligatoria, ganaba más que un doctor en
filosofía y en la que los ciudadanos se hipotecaban alegremente a cuarenta y cincuenta
años vista sin ser conscientes que, por las diversas modificaciones normativas
en materia laboral, nadie tenía el puesto de trabajo asegurado más allá de
cinco o seis años como mucho. Esta era la época en que criticar la construcción
de tanto Resort y de tanta infraestructura estaba mal vista, era también la
época en la que los escándalos de corrupción política surgían públicamente pero
lejos de ser contestados en las urnas eran incluso recompensados por los
votantes y finalmente era la época en la que quien decía que “se estaban
asumiendo riesgos económicos peligrosos e innecesarios” era catalogado de
pájaro de mal agüero.
Y es que el régimen político nacido
de la Transición y organizado jurídicamente conforme a la Constitución de 1978
culminó en la creación de un simple “Hispanorum Modus Vivendi” consistente en
lo siguiente:
Los políticos, convertidos en casta,
mantenían muy cordiales relaciones entre si amparándose en numerosos casos
entre ellos y estando totalmente de acuerdo en los temas llamados de “estado” y
que consistían en favorecer la gobernabilidad y la estabilidad del régimen, es
decir el sostenimiento del mismo, así como en apoyarse en los temas de política
exterior que, a la postre, lo que implicaban realmente era perdida de soberanía
y desmantelamiento productivo del país. Por su parte las Instituciones del
Estado, actuando como verdaderos “estómagos agradecidos”, dotaban de
legalidad, aparente transparencia y
credibilidad democrática a los actos de gobierno y aplicaban sin crítica ni
conciencia las leyes, tratados y demás estipulaciones emanadas del poder
legislativo que a su vez se limitaba a asentir ante las proposiciones de ley
del ejecutivo el cual, por cierto, no era ajeno ni diferente a la mayoría
parlamentaria. De este modo los
políticos se garantizaban la inexistencia de verdaderos ataques entre ellos y
la moderación en todas las críticas de los contrarios (2).
Por su parte, los gobernantes y
demás políticos tomaban las decisiones de gobierno que estimaban oportunas, incrementaban
lenta y progresivamente la carga impositiva a los gobernados pero a su vez les permitía
ciertas prácticas o comportamientos disolventes. Así por ejemplo, jamás ha
existido ni voluntad ni medidas socio-legales serias para conseguir que la
llamada “economía sumergida” aflorase, es decir, el gobierno y las
instituciones sabían que gran parte del pueblo español subsistía y conseguía un
“sobresueldo” trampeando, “haciendo chapuzas”, etc… y le dejaban hacer (al fin
y al cabo fue ese “trampeando” lo que evitó una explosión social en 1994 cuando
se llegó a la cifra de tres millones de parados).
Por último, los ciudadanos españoles
vivían con cierta alegría, votaban cada cuatro años a uno u otro partido, se
escandalizaban momentáneamente cuando transcendía a la prensa, siempre
partidaria, un caso de corrupción política o institucional que al poco tiempo
caía en el olvido, se mantenían con una “lealtad inquebrantable” hacia el “Régimen
de libertades que nos habíamos dado todos” y ni criticaba ni se cuestionaba
nada… el ciudadano español estaba incondicionalmente con el régimen emanado de
la transición y con sus políticos al igual que antes había estado con el
régimen franquista y con sus jerarquías. El ciudadano español, que
mayoritariamente se declaraba “apolítico”, pero que luego contradictoriamente
participaba masivamente en los procesos electorales, dejaba hacer libremente a
la casta política y demostraba una fe ciega en ella satanizando o
criminalizando toda opinión crítica con lo que estaba pasando. El ciudadano
español, no tenía problemas importantes… llevaba a sus hijos al colegio sin
considerar que los planes de estudios estaban tan desvirtuados que lo que
estaban haciendo era preparar una generación (o varias) para el fracaso, si le
subían los precios intentaba sacarse un sobresueldo haciendo “chapucillas” que
no declaraba y si le subían los impuestos ocultaba sus ingresos sin ser
consciente de que todo eso se lo dejaban hacer y si conseguía ocultar uno era
porque le estaban sacando veinte por otro lado. En definitiva… el español
consideraba que vivía bien porque abría el grifo del agua y el agua salía,
porque por fin “éramos europeos” homologados y porque se estaban construyendo
enormes rascacielos que daban un aspecto moderno y europeo a las ciudades
españolas a la vez que podía irse de vacaciones a las playas valencianas circulando
con su coche por una autovía en vez de por aquella tortuosa carretera nacional
de dos carriles.
No obstante, este “Hispanorum Modus Vivendi”, que en
resumen era una manifestación práctica de lo manifestado cínicamente por
Federico El Grande en el Siglo XVIII de que “El pueblo dice lo que quiere, yo
hago lo que me da la gana y a eso le llamamos democracia”; requería
para su funcionamiento de tres cosas imprescindibles: Dinero, dinero y dinero.
Mientras hubo dinero, la casta política podía enriquecerse, rodearse de
privilegios, crear sinecuras u observatorios donde colocar a sus clientes,
amigos y parientes, ocultar o maquillar la situación real de desempleo con
convocatorias de empleo público y permitiendo Expedientes de Regulación de
Empleo que terminaban con miles de prejubilaciones, ser transigente con las
liberalidades y malas prácticas de los de abajo y tener garantizado cierto
apoyo social y el silencio de los contrarios pues “poderoso caballero es don
dinero”. Asimismo mientras hubo dinero los de abajo no se hacían preguntas ni
se cuestionaban de donde salía el dinero para todo lo que se estaba haciendo ni
se preguntaban hacia donde se encaminaba el país. El pueblo español no tenía fe
en Dios porque eso de Dios es algo irreal o metafísico, no se puede tocar, tampoco
podía tenerla pues toda su fe la tenía depositada en sus políticos sin darse
cuenta que la política en cuanto acto humano jamás puede ser objeto de fe pues
constituye una certeza material comprobable y/o racionalmente previsible.
Pero un día, el dinero dejó de fluir
y la casta política que no solo no quiere renunciar a sus mas sibaritas
privilegios sino que requiere dinero para seguir callando las bocas de sus
contrarios u oponentes y para seguir creando poltronas donde los amigos puedan
calentarse el trasero empezó a dejar ver lo que había hecho con el país, o
mejor dicho, lo que todos le habían dejado hacer y empezó a incrementar la
carga fiscal sobre los ciudadanos hasta niveles claramente confiscatorios y a
recortar derechos fundamentales reconocidos en la “sacrosanta” Constitución de
1978 e incluso preexistentes a la misma. Ante esto, el pueblo español,
mayoritariamente ausente durante cuarenta años empezó a movilizarse y a
protestar, despertó ligera e infantilmente a la cruda realidad, aunque sin
grandes resultados porque no ha asumido aún y tal vez no lo asuma nunca que no
hay más solución que hacer hoy la ruptura que se debió hacer en 1975 exigiendo responsabilidades
a los culpables de la desastrosa situación que hoy padecemos y marginándoles de
toda posibilidad de volver a ocupar puestos de responsabilidad en la sociedad y
en el estado.
Hoy el pueblo español sigue sin ser
consciente de que cuando salgamos de esta crisis, y seguro que saldremos, nada
volverá a ser igual que hace tan solo cinco años. Los derechos que hoy perdamos
serán los derechos que jamás conocerán nuestros bisnietos. Hoy, el pueblo
español más que buscar una solución definitiva al desastre socio-político-económico-moral-existencial
en el que esta sumida España parece coincidir nuevamente, de forma
inconsciente, con la casta política en la intención de recomponer el ya
imposible “Hispanorum Modus Vivendi” antes descrito en vez de asumir la
dirección de su destino dando la espalda a todo lo política e
institucionalmente existente y que le es adverso.
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(1)
La
clase media europea no es equivalente a la clase media española. La clase media
de centro Europa o de Europa del Norte en sus países de origen posiblemente
están integrados, a tenor de su poder adquisitivo, en la clase media, media o,
incluso, media baja pero al trasladarse a España con los sueldos o pensiones
que cobran allí obtienen aquí gran poder adquisitivo y se convierten en clase
media alta o incluso clase alta, máxime cuando una vez domiciliados en España
acceden a todos los servicios y prestaciones que hasta ahora eran gratis para
los españoles y que no tenían en sus países de origen como la sanidad.
(2) Llama poderosamente
la atención, y ahí están las hemerotecas donde se pueden consultar los
periódicos, que un caso de corrupción que afecta a un político en concreto es
rápidamente contrarrestado con otro caso de corrupción que afecta a otro
político de signo contrario. Es como si al aparecer un caso de corrupción
alguien hiciera aparecer otro para hacer entrever que todos tienen trapos
sucios ocultos y que se pueden sacar a la luz y se pretende usar el caso de
corrupción puesto al descubierto.
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