Cuando la economía de los antiguos estados
o reinos se basaba fundamentalmente en la agricultura la política de éstos
estaba orientada a la adquisición, generalmente por medio de la guerra y a
costa de otros estados o reinos limítrofes, de nuevas tierras y más población.
Con el incremento del territorio se incrementaban las tierras susceptibles de
ser cultivadas y con el aumento de la población se aumentaba la mano de obra
para el cultivo de esas tierras, se incrementaba la masa tributante y se
fomentaba el aumento potencial del número de guerreros con los que podrían
contar los ejércitos para conquistar nuevas tierras e incorporar nuevos
súbditos. De esta manera un estado poderoso y económicamente rico estaba plenamente
identificado con un estado territorialmente extenso y altamente poblado y si
bien lo miramos, durante las Edades Antigua y Media, las guerras en Europa
siempre lo fueron entre estados o tribus limítrofes no existiendo, salvo las
Cruzadas, ninguna campaña militar que no se desarrollase contra estados directamente
fronterizos y por tierras limítrofes.
Posteriormente con la revolución
industrial la agricultura fue perdiendo peso progresivamente en favor de la
emergente industria, la cual si bien no necesitaba extensos territorios para
desarrollarse y prosperar, sí que necesitaba numerosas materias primas que
debían buscarse en el subsuelo de la tierra. De esta forma el desarrollo
industrial de un estado se encontraba limitado por sus fronteras políticas ya
que éste solo podía disponer libremente de aquellas materias primas que se
encontraban dentro de ellas resultando mucho menos rentable que en la Edad
Antigua y Media el hacer la guerra para conquistar territorios adyacentes a los
propios porque esas tierras no siempre eran apropiadas para la búsqueda de los
materiales que requería la industria. Así, los viejos estados europeos
emprendieron enormes campañas ultramarinas que tenían por objeto extenderse por
todos los continentes a fin de encontrar tierras ricas en oro, hierro, plata,
cobre, carbón (y posteriormente petróleo), etc.... Era el comienzo de la época
del imperialismo donde los estados limítrofes seguirían haciéndose la guerra
entre sí pero no por rectificaciones de fronteras sino por la adquisición de
enormes extensiones territoriales en continentes muy alejados y en ocasiones
inexplorados.
Con la adquisición de las enormes
extensiones territoriales que supusieron los imperios del Siglo XIX el más
pequeño estado europeo podía ver dinamizada enormemente su economía gracias a
las materias primas que obtenía de sus colonias, además de tener lejanos
territorios donde exportar sus excedentes de población lo que redundaba en una
mayor explotación de las colonias y de administrar ingentes poblaciones
indígenas que pasaban a ser consumidores de muchos de los productos manufacturadas
por la metrópoli.
En esta época del imperialismo decimonónico
el poder político y económico de un estado era directamente proporcional al
número de kilómetros cuadrados que tenía su imperio.
Tras la descolonización de mediados
del Siglo XX, el sistema podría desestabilizarse. En muy poco tiempo
importantes potencias coloniales como
Francia e Inglaterra perdían millones de kilómetros cuadrados de tierras ricas
en materias primas y millones de consumidores, pero ello se intento paliar no
solo con tratados internacionales, en muchos casos abusivos, suscritos con los
nuevos estados surgidos de la descolonización sino también con una nueva forma
de expansión territorial de la economía: Las multinacionales y los tratados europeos.
El sistema empleado por las empresas
multinacionales, verdaderos estados dentro de los estado que no son sujeto de
Derecho Internacional Público, permite que una empresa pueda negociar bilateralmente
con un estado llegando a acuerdos y tratados económicos que superan todas las
limitaciones jurídicas, morales, políticas y sociales que podrían plantearse en
una negociación entre dos estados soberanos sujetos a los tratados y
convenciones internacionales. Mediante estos tratados la empresa multinacional
consigue la explotación de yacimientos de materias primas, la instalación de
determinadas líneas de producción en países extranjeros generalmente donde la
mano de obra es más barata y las condiciones laborales más beneficiosas para el
empresario y mantiene unos cuotas importantes de consumidores a nivel mundial.
Gracias a este sistema, las multinacionales siguen produciendo para todo el
mundo conservando cierta competitividad al tener líneas de producción no
sujetas a la legislación laboral y social de sus estados pudiéndose observar cómo
mientras en Occidente se prohíbe el trabajo de los menores de edad y el empleo
de determinados métodos y productos en la fabricación de productos manufacturadas,
esas multinacionales los emplean en determinadas líneas de producción
establecidas en África, Asia o Sudamérica en lo que no es más que una nueva
forma de expansión territorial.
De todo lo anteriormente expuesto se
puede concluir que la economía capitalista fundamentalmente requiere una
constante extensión territorial para explotar recursos naturales y una creciente
población a la que convertir en consumidores de la producción industrial. De
hecho cuando nos hablan o hablamos de globalización ¿De qué estamos hablando
realmente? pues de diversas políticas y tratados internacionales que
básicamente lo que intentan es abrir a la explotación de los recursos naturales
toda la extensión territorial del planeta y convertir en consumidores a la
totalidad de la población mundial.
No obstante de la anteriormente
expuesto, la economía financiera dedicada a especular más que a producir bienes
ciertos actúa como una excepción a la regla ya que permite que pequeños
estados, convertidos en "Paraísos Fiscales" y sin grandes sectores
económicos primario (agrario) o secundario (industrial), con unos territorios
minúsculos y una población pequeña no solo sean viables económicamente sino que
además sean muy prósperos y alcancen un alto nivel de vida debido a que, al
carecer de grandes extensiones territoriales, no necesitan grandes inversiones
en infraestructuras que articulen el territorio y, al tener poca población, sus
niveles de paro sean muy bajos y tampoco necesiten enormes cantidades de gasto
público para políticas sociales.
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