La Unión Europea, esa alianza de mercaderes
que con la sombra del paraguas de la Ilustración modernista con la proclamación
de los Derechos Humanos, se ha convertido en simple unión monetaria, es una
guardiana feroz de la tiranía del mercado. Todas sus directivas y consignas van
en esa dirección. La ley de la oferta y de la demanda con olvido de la posición
de la parte que ofrece y de la que demanda, sea desigual o no, debe
salvaguardarse en todo caso, aunque a la postre el pez grande se coma al chico;
pues eso es lo que se busca, al fin y al cabo. Ejemplo de esta política lo
tenemos en sucesos recientes.
En el conflicto de la leche, en el que
los ganaderos se ven obligados por las grandes industrias transformadoras y
distribuidoras a vender la producción de sus vacas por debajo de su costo,
prohíbe tajantemente que se imponga un precio mínimo a pagar por aquellas. La
función de las instituciones políticas de proteger a la parte más débil queda
impedida. En todo caso, se arbitran medias provisionales vía subvenciones. Por
lo que se defiende a rajatabla es que sean los acuerdos entre las partes los
que fijen definitivamente los precios: pura tiranía del mercado.
En otros productos agrícolas, de los
cuales el vino es el más destacado, para garantizar la calidad de los mismos,
se constituyeron Consejos Reguladores, con refrendo legal en diversos Estados.
Para velar por esa calidad, los Consejos Reguladores imponen controles en
cuanto a la superficie amparada, a la cantidad de producción y a la forma de
obtenerlos, con clasificación de los productos así obtenidos. La Unión Europa
quiere romper esos controles, ampliando libremente la superficie y desregularizando
los rígidos controles con los que se pretendía defender su calidad. ¿Qué le
importa la calidad, si se aumenta el beneficio de grandes empresas, locales o foráneas?.
La protección de los consumidores no
preocupa a los rectores de la Unión. No tienen poderosos lobbies que defiendan
sus intereses en sus instituciones, como las grandes empresas. De ahí el escaso
interés para que todos los productos lleven en letras bien visibles el país de
origen de los mismos, su composición y si contienen productos transgénicos o
no. El mismo rigor que se exige para que la agricultura ecológica cumple sus
normas, debe aplicarse a la agricultura convencional, con su empleo de
productos fitosanitarios y plaguicidas que pueden afectar a la salud de los
ciudadanos y de los propios agricultores que los utilizan.
Tampoco descuella la Unión Europea en la
protección de las pequeñas empresas que tienen graves dificultades para
desenvolverse en este mundo globalizado en contra suya y que sirve para
incrementar el poder de las grandes empresas, cuyo dominio del mercado se
agigante día a día con sus fusiones y absorciones.
El remate final de esta lógica sería el
proyectado Tratado entre USA y la Unión
Europea que, en nombre de la libre de comercio, permitiría a todas empresas
saltarse a la torera las normas proteccionistas en materia laboral, servicios
públicos y de garantías sanitarias. El
secreto con que está negociando y la presión de los grandes lobbies hacen temer
el desmantelamiento de los Derechos Humanos que parecían ser la esencia
europea.
La llegada de los refugiados que huyen de
la guerra y la respuesta generosa de algunos líderes europeos, frente a la
cerrazón de otros, está en línea de una solidaridad que no encaja en la tiranía
del mercado. También muchos ciudadanos de a pié e instituciones no
gubernamentales se han concienciado de la magnitud de esta tragedia y parece
que una ola de compasión recorre la vieja Europa.
Hay que aprovecharla a nivel
público. Ya que se nos está birlando a
la opinión ciudadanos europea el derecho a una información veraz y total de
asuntos graves que nos afectan a las actuales y futuras generaciones. ¿No ha
llegado la hora crucial de agruparse desde la bases, y resistir estos ataques
constantes a la justicia y la libertad?. Frente la tiranía del mercado, ¿no hay
que poner a las personas concretas?.
Pedro
Zabala
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