Desde hace varias décadas no ha dejado de incrementarse entre la generalidad de la población mundial la preocupación por el medio ambiente y la denuncia sobre los riesgos para la salud humana que provoca la contaminación. Tal preocupación ha ido pareja a la publicación de ciertos estudios científicos que ponían de manifiesto un calentamiento global del planeta a la vez que se materializaban diversos problemas ecológicos como la lluvia ácida que afecta a importantes zonas boscosas del centro de Europa o la fuga radioactiva de Chernobil.
Los ecologistas plantean la defensa del medio ambiente como una lucha por la sustitución de las energías contaminantes por las llamadas energías renovables y no contaminantes como son la energía eólica, solar y los combustibles ecológicos. No obstante, después de años de investigación e inversión en energías renovables, éstas se han revelado incapaces de abastecer por sí solas las necesidades energéticas de los países industrializados y de los llamados países en vías de desarrollo y, por su parte, los llamados combustibles ecológicos, han llevado a una subida desmedida de los alimentos y a la escasez de los mismos en muchos lugares del planeta donde actualmente se están comenzando a producir hambrunas.
El error fundamental del ecologismo es el no haber valorado adecuadamente el factor humano al que nada en la vida le es ajeno y que influye decisivamente en la sobreexplotación de los recursos naturales y en el consumo de los mismos. Así por ejemplo una de las grandes campañas del ecologismo que es la lucha contra las pilas de botón, capaz una sola de ella de contaminar todo un embalse de agua potable, entra en franca oposición con la tendencia, cada vez mayor, entre los ciudadanos de adquirir aparatos que funcionan con tales pilas como son los relojes de pulsera. Y ello porque millones de personas, sobre todo en el primer mundo, prefieren comprar cada una numerosos relojes de pulsera a un precio ínfimo en vez de adquirir tan solo uno o dos relojes de maquinaria automática o de cuerda más caros sin duda pero para nada contaminantes. A esto se podrá alegar y oponer que las pilas de botón se deben depositar, una vez agotadas, en los contenedores establecidos al efecto, pero lo cierto es que si son varios millones de personas las que depositan las pilas en los mencionados contenedores, son decenas y decenas de millones las que tiran, no solo la pila de botón, sino todo el aparato con pila incluida a los basureros comunes y eso sin considerar qué es lo que se hace luego con los contenedores de pilas.
Por otro lado, la humanidad tiende a una comodidad cada vez mayor rechazando de plano la más mínima incomodidad o sacrificio. Así por ejemplo, el problema del tráfico y de la contaminación por la quema de combustibles en los vehículos solo se podrá solucionar o mitigar con una drástica reducción en el uso de los vehículos de motor que jamás se producirá porque, no nos engañemos, el automóvil se ha convertido en una prolongación del ser humano como lo es el mando a distancia del televisor y resulta sumamente cómodo trasladarse habitualmente de “puerta a puerta”.
Los ecologistas en sus constantes reivindicaciones simplemente se limitan a rechazar unos sistemas de explotación y unos medios energéticos indicando, como meras maniobras de distracción, que hay otros sistemas y medios mejores y menos contaminantes, pero rechazan hablar claro y denunciar que el mal del planeta y, aún más, los males de la humanidad, se encuentran en la propia naturaleza egoísta del hombre moderno.
Así pues, la verdad de los que estamos preocupados por el medio ambiente se encuentra en hacer ver que llegará un momento, no muy lejano ya, en que la humanidad tendrá que elegir entre su cómodo egoísmo y la obtención de beneficios económicos astronómicos o retornar a la vida sencilla y más humana de antaño en beneficio de la salud medioambiental y del propio ser humano, siendo lo más curioso de todo, y de ahí la gran incoherencia del ecologismo, que cuando el ser humano más concienciado se encuentra sobre los problemas ambientales no solo menos hace por remediarlos, sino que además incrementa los usos y costumbres que los agravan.
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