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martes, 13 de febrero de 2018

EL REPUBLICANISMO DE MUCHOS


Cristina Cifuentes, la última política en manifestarse republicana

España es un país curioso, muy curioso, tan curioso que ya más que curioso es un país con claros síntomas de desquiciamiento. Una de sus curiosidades es que nuestra forma de gobierno sea la monarquía parlamentaria sin que en nuestra sociedad exista un porcentaje elevado, ni siquiera relevante, de monárquicos por lo que se puede decir, e incluso afirmar, que la monarquía española existe por los enormes apoyos que tiene entre los llamados republicanos y como muestra de ello tenemos las grandes alabanzas, loas y halagos que la inmensa mayoría de aquellos que se proclaman republicanos dedican a la persona que, en cada momento, encarna a la institución monárquica.

            La última personalidad política en hacer público su republicanismo ha sido la actual Presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, quién manifestó en un programa televisivo de cierto éxito que "soy republicana pero por principios, ideológica, porque si tú tienes que votar al último concejal del pueblo más pequeñito, ¿por qué no vas a elegir también al Jefe del Estado? Pero no creo que en el momento actual debamos plantearnos un cambio político, he de decir que a mí me gustan mucho los Príncipes de Asturias". Tal manifestación, que es común en casi todos los que profesan el republicanismo, podrá ser muy políticamente correcta y muy moderna pero no puede por menos que dejar estupefactos y anonadados a aquellos que tengan un mínimo de conocimientos de teoría y filosofía política.

            El republicanismo, al igual que el monarquismo, son principios políticos en sí mismos, muy claros y puros que, si bien el tiempo se ha encargado de mezclar y confundir, originariamente no admitían su fusión en una especie de sincretismo simbiótico como el que existe actualmente. Por ello un republicano defenderá los principios republicanos a ultranza al igual que un monárquico defenderá la institución monárquica sin apellidos.

            Uno es republicano o no, pero no tiene principios republicanos porque la república, al igual que la monarquía,  es un principio político en sí misma que va más allá del hecho de que la Jefatura del Estado sea una institución electa o no.

            En este nuestro país, no existen monárquicos o al menos no en un número relevante, pero tampoco existen republicanos. Existe "un republicanismo puramente estético", de verbal afirmación republicana y nostalgia idealizada de una extinta II República que se plasma en la exhibición de banderas tricolores, pero en ningún caso existe una fe ni un militantismo republicano, por eso el actual título monárquico de la Jefatura del Estado no peligra para nada.

No todo lo tricolor es republicano
Ahora bien, las manifestaciones de los llamados republicanos dejan entrever una cosa peligrosa, muy peligrosa, y que ellos mismos ignoran al estar preocupados tan solo en mantener un discurso que pretende ser muy "cool" y en consonancia con la pura moda. Los principios republicanos o monárquicos van mucho más allá de las personas que los encarnan; tanto el verdadero republicano como el monárquico de verdad defienden la Institución no a las personas que las representan porque, en cualquier caso, las instituciones están por encima de esas personas.           
           
            El hecho de que los modernos republicanos añadan a su profesión de fe republicana las coletillas de "..., pero me gusta mucho el actual rey" o la de ".... pero para el concreto caso español es mejor una monarquía" o esa otra de "...,, en el actual momento, no debemos plantear un cambio" demuestra, aunque resulte imperceptible, que lo importante, para ellos,  no son las instituciones, sino las personas que las ocupan, por lo que estos llamados republicanos no son partidarios de ningún régimen republicano sino de regímenes claramente personalistas y que se encuentran muy próximos al caudillaje (1).

            En un régimen monárquico, el Rey será Rey mientras cumpla con los principios políticos, jurídicos y filosóficos de la institución monárquica y actúe con pleno sometimiento a las leyes del Reino. En un régimen republicano, el Presidente de la República lo será mientras dure el tiempo de la legislatura para la que fue elegido y tenga el apoyo de las mayorías que permiten su elección. En cambio, un caudillo lo será mientras que goce de la aclamación pública y no decaiga en su fuerza para mantenerse en el poder, es decir, mientras que no se deteriore irreparablemente su imagen a consecuencia de un desastre político o de una simple metedura de pata personal (2). En la Republica y la Monarquía se gobierna sobre todo por la Ley, en lo regímenes personales se gobierna por la voluntad del gobernante que la propaganda se encarga de hacer infalible.

            Más claramente se ve la querencia hacia el "Caudillaje" en aquellos que afirman "Soy republicano pero para el caso concreto de España es mejor una monarquía" porque lo que quieren decir con ello es que los españoles necesitamos una autoridad o jefe supremo que nos guíe porque de lo contrario tendemos a desmandarnos.

            Así pues, al igual que no es oro todo lo que reluce, tampoco todo lo tricolor es republicano y se ha de estar muy atento a todo aquel que discursea sobre la república no vaya a ser que bajo la pose y el verbo republicano se esconda la más solemne de las estupideces o la más chabacana de las intenciones dictatoriales.







(1) Desde el monarquismo español, también suelen hacerse manifestaciones como la de "no soy monárquico, pero sí soy Juancarlista o Felipista", que no son otra cosa que la misma expresión a favor del régimen personalista o de caudillaje.

(2) Napoleón III y Mussolini son dos claros ejemplos de caudillos que solo perdieron el poder al sufrir un desgaste de su imagen respectiva al tomar decisiones políticas que llevaron a sus países a un grave desastre político. Juan Carlos de Borbón tuvo que abdicar, igualmente, por el deterioro que su imagen pública habría sufrido en los últimos tiempos a consecuencia de equivocaciones personales.

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