Después
de pasados quince días desde que los ciudadanos británicos decidieran en
referéndum su salida de la Unión Europea, resulta que, a pesar de los más catastróficos
vaticinios, no ha pasado nada relevante en la economía europea más allá de una
momentánea caída de las bolsas que parecen que ya empiezan a recuperarse
ignorando la incertidumbre sobre la formación de gobierno en España y la prolongación
indefinida de la crisis griega, por lo que solo se puede deducir lógicamente
que tal caída obedecía más a una simple corrección de los mercados y a una
recolección de beneficios de los más temerosos que a cualquier otro motivo
inspirado por la decisión tomada por los protegidos de Albión.
En realidad, la salida del Reino Unido de la
Unión Europea tiene muchísimas menos implicaciones económicas que las que nos
querían y nos quieren hacer creer, hasta el extremo de que se puede afirmar sin
temor a equivocarse que hubiera sido mucho más grave la salida o expulsión de
Grecia de las instituciones europeas que la salida de la Gran Bretaña porque lo
primero hubiera supuesto el fracaso más absoluto del Euro, esto es de la unión
financiera y monetaria, y posiblemente el impago de la enorme deuda externa
griega que habría arrastrado a la quiebra a cientos de accionistas e inversores
extranjeros, mientras que la salida de la Gran Bretaña apenas tendrá
significación económica al no estar integrada plenamente en las estructuras
financieras y monetarias de la Unión Europea como son el Banco Europeo y el
Euro.
Desde el punto de vista
estrictamente económico, la salida de la Gran Bretaña de la Unión Europea no va
a significar gran cosa porque siendo un estado con sesenta millones de
habitantes con un pujante sector industrial y tecnológico que participa en los
grandes consorcios tecnológicos e industriales europeos es impensable que la
economía de la Unión Europea prescinda de la economía británica o que la
economía británica prescinda de la economía europea por lo que los vínculos de
cooperación económica y los flujos comerciales continuaran de forma similar a
como se dan en la actualidad. Ni la economía británica va a dar la espalda a
los mercados europeos ni la economía de la Unión Europea va a despreciar sesenta
millones de consumidores potenciales por lo que la salida del Reino Unido de la
Unión Europea solo va a suponer la negociación de un tratado económico entre
ambas partes en el que la Gran Bretaña obtendrá la posición de "estado especialmente
beneficiado".
En cambio desde el punto de vista
político, la salida del Reino Unido de la Unión Europea sí supone un duro golpe
a la llamada construcción política europea. En primer lugar porque pone de
manifiesto que la llamada construcción política de Europa no es más que un mito
propagandístico que ya no engaña a nadie pues dicha construcción se está
realizando, desde el Tratado de Maastricht, sobre la base y el fundamento de la
hegemonía política alemana, siendo Alemania quien marca la pauta en cuanto a
nuevas adhesiones y en cuanto a la política exterior e interior de Europa y
porque, en segundo lugar, abre la puerta a que más estados se sumen a la
posibilidad de salirse de las instituciones europeas, lo que ya sería la
puntilla definitiva al proyecto europeo.
Con
su salida de las instituciones comunitarias, el Reino Unido recuperará el
control de sus fronteras, la plena soberanía legislativa y su plena soberanía
política no viéndose afectada por las directrices que emanan desde Bruselas ni
por los tratados internacionales que pueda suscribir la Unión Europea. De esta
forma, la Gran Bretaña volverá a apostar por una política interior propia donde
lo fundamental sean los intereses británicos y una política exterior basada en
la alianza transatlántica con Estados Unidos y en el equilibrio continental,
equilibrio que si hoy parece inexistente, al inclinarse notoriamente la balanza
de poder a favor de Alemania, sin duda se corregirá mínimamente si Francia
reacciona ante su progresiva pérdida de poder e influencia en el seno de la
Unión Europea y en la misma Europa, donde la influencia política y económica de
Alemania se extiende a los estados del Este, ex-comunista e incluso a los
Balcanes, mientras que la influencia de Francia, más que avanzar retrocede en
la Europa mediterránea que, aun en el dudoso supuesto de que girase incondicionalmente
en torno a Paris, difícilmente podría contrarrestar el poderío económico de
Alemania y sus satélites europeos.
Con la decisión de salirse de la
Unión Europea, Inglaterra ha apostado audazmente, pero no descabelladamente por
un escenario europeo en el que, a medio o largo plazo, se den tres bloques
económica y políticamente antagónicos:
a) Una Alemania hegemónica y
dominante de unos estados satélites integrados por los estados del Este ex-comunista,
por los estados bálticos, por la mayoría de los estados balcánicos y por la
misma Ucrania.
b) Una Francia en pugna por
convertirse en una potencia líder entre los países latinos y mediterráneos
claramente en inferioridad de condiciones económicas respecto al bloque germánico.
c) Una Rusia, emergente, que
consolidada como gran potencia mundial, sigue teniendo graves problemas, tras
la desintegración de la URSS y del bloque soviético, para mantener su
definición como potencia europea y no como potencia asiática.
Al salirse de la Unión Europea, la
Gran Bretaña ha apostado por la posibilidad de que este panorama europeo se dé
realmente, lo cual ocurrirá muy posible y muy probablemente, y a partir de ahí
jugar a apoyar desde fuera a uno u otro bloque según les interese en cada
momento arbitrando soluciones o favoreciendo conflictos según sus particulares
conveniencias.
En realidad, el "Brexit"
no supone un capricho británico ni un triunfo del chovinismo inglés, sino
simple y llanamente responde a una visión realista de la situación política y
económica europea donde Europa no es más que un "Gran Espacio" cuyo
control se disputan dos o tres potencias en un gran juego de inteligencia
diplomática del que la decisión británica no le apea sino que la redefine en su
condición de jugador activo.
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