Doña Maria Teresa durante su intervención en Montejurra 1969 |
Conocí
personalmente a María
Teresa de Borbón-Parma realizando mi tesis doctoral sobre “la continuidad ideológica del
carlismo tras la Guerra Civil”, corriente política sin la cual
resulta difícil comprender la historia contemporánea de la región
vasco-navarra, la Cataluña interior y muchas zonas del Levante y Aragón.
Ella me ayudó a comprender por qué
su familia y sobre todo su padre, Javier
de Borbón-Parma, expulsado de España por Franco en plena
Guerra Civil por oponerse al Decreto de Unificación, habían impulsado el
llamado “periodo colaboracionista”, una década, entre mediados de los 50 y
mediados de los 60 del pasado siglo, en la que la entonces Comunión
Tradicionalista se acercó al régimen franquista y gozó de cierta tolerancia
para organizar actividades políticas.
En resumidas cuentas y según sus
explicaciones, la dictadura estaba contando, debido a la Guerra Fría, con una
creciente aceptación internacional por parte no solo de EEUU sino también de
las principales potencias europeas, por lo que el régimen franquista no hacía
más que consolidarse.
Por lo tanto, el carlismo no podía
seguir con la estrategia de oposición frontal que Manuel Fal Conde
mantenía desde la Guerra Civil y era necesario adaptarse a la nueva realidad,
aprovechando las posibilidades legales que permitía la apertura a Europa de los
gobiernos tecnócratas. Esta era la razón, afirmaba, por la que Fal Conde había
sido sustituido al frente del carlismo por José María Valiente.
En su opinión y a diferencia de
Valiente, convencido partidario del ese acercamiento a Franco, para ella se
trataba de una “colaboración táctica” porque su familia, heredera de los
derechos al trono de acuerdo con este movimiento legitimista, no podía olvidar
el trato recibido por Franco, comenzando por la expulsión de su padre en plena
Guerra Civil por oponerse al Decreto de Unificación.
Tampoco podían olvidar su
consentimiento a los nazis cuando "Don Javier" fue detenido por la
Gestapo y enviado al campo de exterminio de Dachau acusado de colaborar con los
maquis que actuaban en la región de Allier. Estuvo a punto de morir por una
grave infección y fue liberado por tropas norteamericanas en 1945 cuando las SS
se disponían ya a ejecutarle junto a otras destacadas personalidades religiosas
y políticas europeas.
María Teresa, también conocida como
la “Princesa Roja”,
había nacido en París el año 1933 y, cuando el coronavirus se la llevó el
pasado 26 de marzo a los 86 años de edad, conservaba un buen aspecto físico y
una mente lúcida que todavía le permitían participar en actos públicos.
Entre los últimos, destacan el
celebrado en Irache (Navarra) el año 2016 con motivo del 40 aniversario de los “sucesos de Montejurra”,
en los que fueron asesinados por comandos de extrema derecha Aniano
Jiménez Santos y Ricardo
García Pellejero, o el
homenaje que se hizo un año más tarde en Puente la Reina a Feliciano Vélez, alcalde de esta localidad navarra durante
tres legislaturas.
Doña María Teresa realizando la ofrenda floral a Ricardo y a Aniano en Montejurra 2017 |
María
Teresa era una persona de trato encantador y con un elevado nivel intelectual.
Se había doctorado en Ciencias Políticas por la Universidad de la Sorbona y
estaba vinculada a la Complutense de Madrid por sus estudios sobre la
organización política de los países musulmanes, especialmente en la región del Magreb,
tema sobre el que había publicado El
Magreb, nuestro Poniente Próximo (1994) y Desde Tánger, la transición que viene
(1999).
Mucho antes, había escrito El momento político español, cargado
de utopías, editado por Cuadernos para el Diálogo y prologado por José Luís
López Aranguren el año 1977 y La clarificación ideológica del
Partido Carlista, el año 1979.
Pero, sobre todo, la “Princesa Roja”
era conocida por haber prestado un decidido apoyo a su hermano Carlos Hugo en el giro
político que la línea mayoritaria del carlismo dio durante los años sesenta,
pasando de posiciones conservadoras e integristas a otras progresistas y
claramente de izquierdas, que, según reconocía, tenían mucho que ver con la apertura
de la Iglesia liderada por Pablo VI con el Concilio Vaticano II.
Fueron años de gran actividad
pública en las regiones donde el movimiento legitimista todavía conservaba una
significativa presencia y apoyo popular, de forma muy especial en Navarra, hasta
que, junto con el resto de su familia, fue de nuevo expulsada de España por
orden de Franco en diciembre de 1968.
Al año siguiente, burlaba a la
Policía y cruzaba clandestinamente la frontera para participar en la
concentración de Montejurra, que todos los años se celebra en las proximidades
de Estella conmemorando la batalla homónima de 1873, en la que varios miles de
voluntarios derrotaron a un Ejército muy superior dirigido y armado por
militares profesionales.
En ese acto se dirigió a una multitud
integrada por miles de seguidores que habían subido a la cumbre de la
montaña (1.042 metros), proclamando que era la hora del compromiso y la
responsabilidad política, de una “fuerza constructiva al servicio de un gran
ideal”, que allí estaba “la España que no quiere resignarse al futuro sino
hacerlo” y, dirigiéndose al régimen, le recordaba que “contra esta hora no
pueden hacer nada” porque “mañana engendrará un futuro libre, de justicia,
fraternidad y paz”.
También en el exilio participó en
congresos internacionales de la oposición democrática, como el de Bruselas en
abril de 1973, al que también acudía el profesor y después alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván,
con quien abandonó la sala en protesta por unas palabras de Willy Brandt
condescendientes con el régimen, o el Congreso Mundial de la Paz celebrado en
Moscú durante el mes de octubre. Un año más tarde representaría en la Junta
Democrática al Partido Carlista,
uno de los grupos fundadores el año 1986, igualmente de la mano del Partido
Comunista, de la coalición Izquierda Unida.
Manuel Martorell