Hace unas semanas
Fernando Trueba encendía las redes
sociales y provocaba una indignada polémica al manifestar textualmente que "Nunca he tenido un sentimiento
nacional. Siempre he pensado que en caso de guerra, yo iría siempre con el
enemigo. Qué pena que España ganara la Guerra de Independencia. Me hubiera
gustado que ganara Francia. Nunca me he sentido español, ni cinco
minutos.". Tal manifestación sentó como un tiro a los patriotas de
arenga de salón y "ojalateros" de toda clase y condición, de esos de
"ojalá ataquen y ganemos", que acometieron contra el director de cine
y propusieron el boicot a su última película, "La Reina de España",
recientemente estrenada.
El
señor Trueba puede decir y sentir lo que le venga en gana, pero lo cierto es
que sus manifestaciones, si bien pueden ofender a aquellos heroicos españoles
que tienen tan alejada de sí mismos la infausta manía de pensar como cerca la
incapacidad de comprender que la patria es mucho más que una frase o una
bandera ondeando al viento, no pueden nada más que incardinarse dentro de las
comprensibles "boutades" de un español cabreado. Yo mismo, en varias
ocasiones, he dicho que el mejor alcalde que ha tenido Madrid fue el General
Murat y es que, doscientos años después de aquella Guerra de Independencia a la
que alude Trueba, el ver el estado de permanente claudicación en la que se
encuentra nuestro país en materia de política exterior y la ruina total de
nuestra conciencia nacional fomentada desde la totalidad de las Instituciones
del Estado lo único que provoca son ganas de ir a los fastos que la Comunidad de
Madrid organiza cada 2 de Mayo en la Puerta del Sol y ponerse a cantar "La
Marsellesa" y gritar desaforadamente "Vive L´Empereur".
Es posible que Fernando Trueba sea eso que llaman
"un progresista" por lo que no se le puede perdonar nada que no sea
cantar "Banderita" a pleno pulmón aunque sea desafinando, a altas
horas de la madrugada y con la corbata rodeándole el perímetro craneal, pero lo
cierto es que, prácticamente al mismo tiempo que estallaba la polémica con el
oscarizado director se estrenaba una película producida por Enrique Cerezo con
la colaboración de 13 TV, cadena televisiva muy próxima a la Conferencia
Episcopal Española, que de una forma más o menos solapada hace befa y mofa de
una de las mayores gestas realizada por soldados españoles, su título:
"1898, Los Últimos de Filipinas".
"1898, Los Últimos de Filipinas” entronca con la
reciente moda propia de guionistas carentes de originalidad de hacer nuevas
versiones de viejas películas españolas que en su tiempo tuvieron cierto éxito
pretendiéndolas dar un tratamiento más moderno y acorde con los tiempos
actuales. Así, “Locura de Amor” (Juan de Orduña, 1948), dio lugar a “Juana la
Loca” (Vicente Aranda, 2001) y “Los Últimos de Filipinas (Antonio Sánchez
Román, 1945) ha dado lugar a “1898, Los Últimos de Filipinas” (Salvador Calvo,
2016) si bien en ambos casos las diferencias de guión entre la primera y la
segunda versión son tan pocos relevantes como la existente entre “A Night to
Remember” (Roy Ward, 1958) y “Titanic” (James Cameron, 1997) dónde hasta los
diálogos parecen coincidir plenamente.
La diferencia fundamental entre la versión dirigida por
Sánchez Román en 1945 y la dirigida por Salvador Calvo en 2016 es el
tratamiento que se le da a la historia pues en la versión producida por el
presidente del Atlético de Madrid (equipo de fútbol madrileño que próximamente
estrenará un estadio llamado Wanda, ignoramos si en homenaje a la protagonista
femenina de "La Venus de las Pieles"), se pone el énfasis en la dura
convivencia y en los sufrimientos padecidos por los sitiados en vez de en el
heroísmo y patriotismo tal y como ocurría en la versión de 1945 la cual, a
pesar de todo, no deja de resultar bastante más fiel a los hechos históricos
acaecidos (1).
No se puede exigir a una novela o película histórica que sea
completamente fiel a los hechos que narra porque en tal caso ya no estaríamos
ni ante una novela ni ante una película sino ante un estudio histórico o un
documental. Lo que sí se puede y se debe exigir a una película histórica es
que, al menos, no mienta ni enfangue a los protagonistas poniendo en duda sus
méritos. Tal cosa es lo que hace “1898, Los Últimos de Filipinas” dando a
entender que el Capitán Enrique las Morenas y Fossi era un incompetente de
dudoso valor personal, el Teniente Saturnino Martín Cerezo un loco fanático
inductor fracasado de un delito de falsificación de un documento público como
es un acta de defunción y el párroco de Baler un consumidor de opio que
introduce en el mundo de la droga a un joven recluta que encima termina
realizando un acto heroico bajo la influencia del opio, como si dicha droga no
fuera una adormidera que relaja los ánimos en vez de exaltarlos.
Aunque el guión de “1898, Los Últimos de Filipinas” tiene
un par de frases memorables como aquella pronunciada por Luís Tosar (Martín
Cerezo): “Patriotas como tu alcalde
abundan en España. Más vale que te hubiera pagado las dos mil pesetas que cuesta
el no venir a Filipinas”, que refleja fielmente tanto la situación social
de la España de fin del Siglo XIX (que no dista mucho de la situación actual) como
la posibilidad existente en aquella época de quedar exento del servicio militar
pagando una cuota de dos mil pesetas; toda la película no deja de suponer una
vejación para los héroes de Baler, que por otra parte en gran proporción también
es una vejación poco original ya que, tras su regreso a España, “Los últimos de
Filipinas” no dejaron de ser menospreciados por la misma patria a la que tan
heroicamente habían defendido.
Durante gran parte del sitio, los héroes de Baler fueron
acusados por el Ministro del Ejército, en aquel entonces García de Polavieja,
de “estar locos de remate” y, a tenor de lo manifestado por el Coronel Aguilar,
de esconder oscuras razones para no rendirse; concretamente de haber asesinado
al Capitán las Morenas para apropiarse de tres mil duros que formaban parte de
la caja de la unidad. En este sentido, es de indicar que a instancias del
Ministerio del Ejército se abrió una investigación por el General Jaramillo
concluyendo la misma que el capitán las Morenas había fallecido de enfermedad y
que fue la falta de credibilidad dada por Martín Cerezo a las informaciones
recibidas las que le indujeron a no rendirse(2) siéndole finalmente concedida la
Laureada de San Fernando, máxima recompensa del Ejército Español en tiempos de
Guerra y que, a pesar de lo expresado al final de la película “1898, Los
Últimos de Filipinas”; también le fue concedida a título póstumo junto con su
ascenso a comandante al capitán Las Morenas y Fossi (Esta condecoración se
puede observar en la placa de la Plaza Comandante las Morenas de Madrid) y al
corneta Santos González Roncal (3) siéndoles igualmente concedida a todos los
demás defensores de Baler la Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo y una
pensión vitalicia de sesenta pesetas que asimismo recibieron las viudas de los
soldados fallecidos. En realidad, esto constituye otra afrenta porque en los
hechos de Baler concurren todas las circunstancias legales para la concesión
colectiva de la Laureada de San Fernando e incluso para la concesión
generalizada de la misma a cada uno de los defensores por la demostrada lealtad
a sus mandos directos y el temple sobrehumano que quedó demostrado por el
mantenimiento de la disciplina militar en una situación claramente excepcional
y que bien puede calificarse de crítica, hasta el extremo de que la posición
militar constituida por la iglesia de Baler y las fortificaciones adyacentes
siguió siendo española hasta que dejó de serlo por decisión política que no por
abandono, rendición de las fuerzas militares o toma de la plaza por el enemigo.
Posteriormente, con motivo del estreno de la película de
“Los Últimos de Filipinas, en 1945, el autolaureado General en superlativo que
entonces era Jefe del Estado español ascendió a “tenientes honorarios” del
ejército a los supervivientes de Baler que hubieran militado en el “bando
nacional” durante la guerra civil. De los ocho supervivientes que vivían en
aquel momento solo tres cumplían el requisito exigido al haber tenido los cinco
restantes hijos o familiares combatiendo en el “bando republicano”. Otra
afrenta de la patria a sus héroes.
En definitiva, todos y cada uno de aquello soldados que
integraron “Los Últimos de Filipinas”, constituyen el botón de muestra de cómo
este país ha tratado a lo largo de los siglos y trata aún a sus excepcionales
gentes. Es esta forma de ser de España para con sus grandes hombres lo que
justifica tanto la boutade de Fernando Trueba como esa otra frase magnífica del
guión de “1898, Los Últimos de Filipinas” pronunciada al final por Javier
Gutiérrez “¡A la mierda España!”
(aunque también debería ir acompañada por un ¡A
la mierda la película! Pues su guión constituye la, hasta ahora, última
vejación que sufren los “Últimos de Filipinas”). En el fondo, pero no muy en el
fondo, “1898, Los Últimos de Filipinas” y el boicot solicitado para la película
“La Reina de España”, nos pone ante la España eterna, la España de los
necesarios patriotas que mandaban a Cuba y Filipinas a los hijos de los demás
mientras que pagaban la pertinente cuota para dejar a los suyos en casa, la
España desagradecida para con sus grandes hombres y la de los españoles
cabreados que se ven obligados a expresar su amor a España con boutades y
exabruptos porque a la patria que vilipendia a sus héroes en vez de
considerarlos ejemplos estimulantes, ignora a sus científicos y sabios en vez
de fomentar la continuación de los caminos por ellos abiertos y hasta olvida últimamente a sus santos a los
cuales solo recurre para justificar el quietismo, solo se la puede amar con el
amor despechado de un sentimiento no correspondido.
(1) La versión de 1945
también recoge el hecho de las deserciones que no fue una sino seis, incluyendo
la de los dos cabos filipinos, no obstante la versión actual recoge las dos
ejecuciones habidas durante el asedio cosa que no figuraba en la primera
versión, pero no recoge el intento de rescate y de romper el cerco realizado
por el ejército norteamericano.
(2) Existen tres fuentes
directas sobre los sucesos de Baler, a saber: “El Sitio de Baler”, libro del
padre Minaya, uno de los tres sacerdotes encerrados en la Iglesia durante el
asedio; “El Sitio de Baler”, testimonio directo del teniente Saturnino Martín
Cerezo publicado en 1903 y “El Diario de Operaciones” que llevó desde la
llegada a Baler el teniente Saturnino Martín Cerezo y que constituye un
documento oficial al constituir una obligación legal de todo jefe de unidad en
campaña. En “el Diario de Operaciones”, Martín Cerezo llega a manifestar que
una de las razones por la que no se creía las informaciones que recibía de los
sitiados fue que “no era costumbre de España firmar tratados de paz mientras
mantenía fuerzas empeñadas en combate”. Otra afrenta más a los héroes de Baler
pues los políticos españoles les ignoraron por completo a la hora de firmar el
Tratado de Paris.
(3) Santos González Roncal después de regresar a
España rehusó continuar en el ejército y regresó a su pueblo, Mallén (Zaragoza),
donde se casó, tuvo seis hijos y vivió tranquilamente hasta que iniciada la
guerra civil fue fusilado en Agosto de 1936 por un sargento de la Guardia
Civil, lo que ya es una muestra más de la bajeza con que España trató a estos
héroes.