En la pasada noche del 24 de
Diciembre, como todos los años desde Diciembre de 1975, Su Excelencia el Jefe
del Estado y Gran Maestre de la Orden de Cisneros ha dirigido unas
palabras a los españoles durante casi doce minutos a través de la radio y de la
televisión demostrando que no se puede hablar más en tan poco tiempo para no
decir nada.
A un Jefe de Estado o Primer
Ministro no se le puede pedir que se dirija a su auditorio con el mismo
lenguaje que emplea un parroquiano en una conversación de taberna, pero cuando
un país atraviesa una crisis social y política sin precedentes en su historia,
como la que en estos momentos están atravesando Las Españas, lo menos que se
puede pedir es que se hable claramente, sin vaguedades, sin dar lugar a
interpretaciones variadas y, por supuesto, de forma creíble.
Cuando el pueblo español esta
sufriendo un progresivo empobrecimiento económico, cuando los ciudadanos
españoles están viendo recortados sus derechos sociales, cuando el propio
estado esta amenazado de extinción y cuando todo indica un retroceso a tiempos
de inmediata postguerra y uno se encuentra con el discurso de Su Excelencia del
pasado día 24 de Diciembre no se puede por menos que recordar y echar de menos
aquel bello, claro y creíble mensaje de Winston Churchill pronunciado en la
Cámara de los Comunes el 4 de Junio de 1940 en el que dijo: “continuaremos hasta el final... lucharemos en Francia, lucharemos en los
mares y los océanos, lucharemos con cada vez mayor confianza y mayor fuerza en
el aire, defenderemos nuestra isla cueste lo que cueste, lucharemos en las
playas... lucharemos en las pistas de aterrizaje... lucharemos en los campos y
en las calles... lucharemos en las colinas... no nos rendiremos jamás” porque, ante la grave situación
en la que se encontraba en aquel momento la Gran Bretaña, su Primes Ministro
dejó claro al mundo, y sobre todo a sus enemigos, que no se rendirían jamás y
además sus palabras eran creíbles porque al mismo tiempo que se pronunciaban el
ejército británico se aprestaba a defender las playas de su isla y la fuerza
aérea limpiaba de molestos mosquitos alemanes los cielos de Inglaterra.
En
cambio, el discurso de Su Excelencia no fue un discurso apropiado para aclarar
las cosas y engendrar confianza en el pueblo español. Fue un discurso difuso y
totalmente desconectado de la realidad política y social del país en el que el ponente
se acogió al recurrente “Espíritu de la Transición”, de una Transición que hoy
está completamente enterrada, y al respeto a unas “Reglas de Juego” que en el
presente se encuentran en franca liquidación. Por otro lado ¿Qué quería decir
con todo ello? ¿A que se refería Su Excelencia con su apelación al “espíritu de
la Transición”? ¿A olvidar el Franquismo? ¿A renunciar a los ideales en aras de
encontrarnos todos en un punto medio y mediocre? y ¿Qué quería decir con la
reforma de las Reglas del Juego? ¿Se refería a las reglas de las mesas de Black
Jack que ya no estarán en Eurovegas o pedía la reforma de una Constitución que
esta cada día más cuestionada por todos?.
Por
otra parte, el discurso de Su Excelencia careció en todo momento de
credibilidad porque lamentablemente resulta cuanto menos paradójico que se
apele a la ejemplaridad cuando personas muy allegadas al Jefe del Estado se
encuentran imputadas por sonados casos de corrupción o bordeando dicha
imputación.
En
definitiva, en su discurso navideño, que ha sido el de menor audiencia de todos
los pronunciados hasta el momento, Su
Excelencia el Jefe del Estado a Título de Rey y Gran Maestre de la Orden deCisneros transmitió la impresión de encontrarse más allá del bien y
del mal cual Soberano Celeste del Imperio Solar siendo más necesario que nunca
el habitual “cordón protector” que en
los días siguientes le tienden todos los partidos políticos con representación parlamentaria
y las interpretaciones de plumíferos palmeros que, cual Sibilas ante el Oráculo
de Delfos, por interpretar son capaces de interpretar hasta el atrezzo de la
puesta en escena del discurso.