Et in Arcadia Ego |
Como
una serpiente de verano o como un entretenimiento para bobos, de vez en cuando,
reaparece en la escena política española la cuestión del Peñón de Gibraltar. Esta vez, la excusa ha
sido la discusión del acuerdo del Brexit entre la Gran Bretaña y la Unión
Europea donde el Reino Unido ha defendido, como es lógico, sus derechos en
detrimento de los derechos españoles, los cuales solo han sido débil y
tímidamente sostenidos por el actual gobierno que preside Pedro Sánchez, aunque
en su descargo siempre se puede decir que el actual problema con Gibraltar
viene de la política heredada de los anteriores gobiernos socialistas y
populares que se han sucedido en nuestro país desde 1982.
Con la negociación del Brexit,
nuestro país ha perdido una oportunidad de oro para hacerse valer en Europa.
Cuando España se incorporó en 1986 a la
entonces Comunidad Económica Europea lo hizo claudicando ante una serie de
exigencias europeas, que entre otras incluían el desmantelamiento de nuestra infraestructura
industrial, el desmantelamiento de nuestra agricultura y la apertura de la
verja de Gibraltar; uniéndose, junto con Grecia y Portugal, a una organización
supranacional que tenía otros seis miembros entre los que se encontraba el
Reino Unido de la Gran Bretaña. Con el tiempo la Comunidad Económica Europea se
convirtió en la Unión Europea al ampliarse sucesivamente con estados miembros
tras unas arduas negociaciones que suponían modificaciones sustanciales en el
título constitutivo de la Comunidad Europea y que implicaban cesiones por parte
de España, la cual veía reducirse hasta desaparecer los llamados "fondos
de cohesión" que recibía en favor de las nuevas potencias incorporadas.
Pues, bien, si la incorporación de
nuevos estados miembros en la Unión Europea supone cambios en el título
constitutivo de la misma, evidentemente la salida de uno de sus miembros, uno
tan importante como la Gran Bretaña, también supone un cambio sustancial en ese
título constitutivo por lo que, al cambiarse las reglas del juego en el
concierto de la Unión Europea, nuestro país podía y debía haber planteado
condiciones que nos fueran favorables tales como la condonación total o parcial
de nuestra deuda externa con los estados miembros de la Unión Europea, retorno
de parte de los "fondos de cohesión", eliminación de las condiciones
restrictivas impuestas a España y por las que anualmente nos condenan a pagar
unas sanciones que nuestro gobierno ya considera simples tasas y, por supuesto,
dejar claro que en el tema de Gibraltar solo caben unas relaciones puramente
bilaterales entre España y la Gran Bretaña que, dentro del marco legal que
marca el Tratado de Utrecht y las Resoluciones de la ONU sobre la roca, solo
pueden concluir con la restitución plena de la soberanía española sobre el
Peñón y el istmo de Gibraltar.
Lejos de una enérgica actuación, el
gobierno del Partido Socialista empezó demostrando una total pasividad e
indiferencia ante la cuestión del "Brexit" marchándose su presidente,
Pedro Sánchez, de caribeña excursión a La Habana mientras que en las
instituciones europeas se planteaba la discusión final del mismo para darse cuenta
tarde que, hábilmente, Inglaterra intentaba establecer jurídicamente, mediante
el tratado por el que se consuma su salida de la Unión Europea, que la cuestión
de Gibraltar pasaría a ser una cuestión bilateral entre el Reino Unido y la
Unión Europea y no entre el Reino Unido y España, lo que suponía y supone de
facto una cesión por parte de España de la soberanía o, al menos, de la
reclamación de la soberanía sobre Gibraltar, a la Unión Europea.
Lamentable, patetico, penoso y triste triunfo diplomático |
La
reacción ante tal ninguneo a España por parte de la Gran Bretaña y de la Unión
Europea ha sido tardía y débil, muy débil. El gobierno debería haber vetado el
acuerdo del Brexit hasta que las exigencias españolas hubieran sido total o
ampliamente satisfechas. Lejos de eso, el gobierno no ha planteado en tiempo y
forma reivindicación alguna y se ha conformado con una carta que a modo de
"adenda" o "codicilo" se incorpora al tratado y que, sin
carácter jurídico realmente vinculante, no es más que una vaga promesa o
declaración de principios que tan solo permite maniobrar al Presidente del
Gobierno español para presentarse ante los medios de comunicación españoles como
un gran estadista que ha conseguido un gran acuerdo.
En realidad, el supuesto acuerdo
alcanzado no supone ningún éxito de la diplomacia española, más bien al contrario
supone un rotundo fracaso. Es de recordar que en la tradición diplomática
británica estos "acuerdos verbales" y "cartas" o "acuerdos
privados" no valen ni el papel en los que están escritos. Es de recordar
que hace ciento cuatro años, en 1914, Gran Bretaña había prometido a Francia
verbalmente y por un acuerdo privado que, en caso de guerra con Alemania, ésta
podía enviar su flota al Mediterráneo porque la Armada Británica protegería los
puertos atlánticos franceses y que en agosto de ese año de 1914, cuando Francia
requirió a la Gran Bretaña para cumplir su compromiso ésta se intentó escaquear
del mismo y solo se vio obligada a cumplirlo cuando el Imperio Alemán invadió
masivamente la neutral Bélgica y es de subrayar lo de masivamente porque
incluso el Reino Unido habría aceptado sin inmutarse una violación mínima de la
neutralidad belga por parte de Alemania a pesar de ser una de las potencias
garantes de dicha neutralidad. Igualmente, hay que recordar el incumplimiento
británico en marzo de 1939 de las garantías ofrecidas a Checoslovaquia en
octubre de 1938 abandonándola a su suerte ante la agresión nazi.
Pedro Sánchez es tan libre en creer
en la solidez y validez de la misiva remitida por la Primera Ministra
Británica, Theresa May, como de creer en Papal Nöel pero tales creencias nos permiten
dudar fundadamente de su capacidad para gobernar el país y de que no lo haya
traicionado. La posición del Presidente del Gobierno español ante el supuesto acuerdo
logrado en la discusión del Brexit es tan lamentable, patética, penosa y triste como la de Chamberlaín cuando, tras
los Acuerdos de Munich de 1938, aterrizó en Londres ondeando al viento un
papelito y diciendo aquello de "paz para nuestro tiempo".