El mensaje navideño de Felipe de Borbón ha despertado este año más morbo que interés. El ciudadano medio, como es habitual, ya daba por descontada la retórica hueca, la altivez impostada, el ritual pretencioso y la puesta en escena “kitsch” y hortera. La “porra” consensuada socialmente era: ¿hablará de su padre? y, ¿en qué términos? Y el jefe del Estado abordó la situación política y jurídica del emérito pasando sobre ascuas, soltando tinta como un calamar acorralado, y fingiendo que el problema no va con él: “los principios morales y éticos están por encima de cualquier consideración, incluso de las personales y familiares”. Es todo cuanto dijo. Declaración a la cual hay que darle el mismo valor y credibilidad que cuando su padre, “el rey huido”, afirmaba que la “justicia es igual para todos”. Ninguna.
Un periodista como Iñaki Gabilondo,
ecuánime, formal y ponderado, y desde un medio de inquebrantable adhesión legalista
-el diario “el país”-afirmaba el mismo día 24, refiriéndose a la monarquía
vigente, “le digan lo que le digan sus palmeros la institución está tocada”. Y
tanto que está tocada: comienza a hacer agua. Y el “emérito” es solo la punta
del iceberg de los problemas de la Zarzuela.
La imagen icónica del régimen del
78, el jefe del Estado “a título de rey”, cada vez que comparece ante la
opinión pública se aleja imparablemente de una gran parte de la ciudadanía. La
brecha no hace más que crecer. Y lo que es peor, su presencia y sus actuaciones
polarizan a la sociedad española y la conduce a enfrentamientos y bandosidades
cada vez más irreconciliables. El consenso democrático está seriamente dañado.
En nombre del “pacto constitucional” y de los “valores democráticos”, con una
lectura estrecha y sesgada de la legalidad, no solo se margina a millones de
españoles, además, se les culpabiliza y condena como enemigos de la
convivencia. No hay diálogo posible.
Si tras el discurso del 3 de octubre
de 2018 Felipe de Borbón ya se enfrentó,
y estigmatizó, a millones de catalanes -ciudadanos españoles, no lo olvidemos-,
dos años después continua su imparable carrera hacía el sectarismo: todos los
partidos de las Españas históricas, tanto los que abogan por la secesión como
los que proponen fórmulas ampliamente federativas, cuestionan la monarquía
franquista. Una parte significativa de la izquierda, con la actuación de don
Felipe, también se ve impelida a alejarse de la Zarzuela. Y aunque no hay
estudios sociológicos concluyentes -el
CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) considera irrelevante preguntar
sobre la aceptación de la monarquía- está bastante aceptado que los jóvenes
españoles consideran a la monarquía vigente una institución obsoleta e inútil. No
es solo pasotismo, también beligerancia.
Los “palmeros” institucionales de
don Felipe son el PP, VOX y Ciudadanos, unidos por la lealtad monárquica
incondicional e inquebrantable. Franquismo sociológico reconvertido. También se
suman al coro de apuntalamiento una parte significativa del aparato judicial,
que se está convirtiendo en un poder alternativo a las Cortes, y sectores
mayoritarios del Ejército, institución donde suenan ruidos de sables y sed de
sangre y venganza. Y ante las actuaciones o pronunciamientos de la Justicia y
de las Fuerzas Armadas, la Zarzuela en el mejor de los casos calla, cuando no
otorga.
Y, ¿el PSOE? Cumpliendo el papel que
se le asignó en el tardofranquismo: apuntalando el Régimen. No debemos olvidar
que el discurso de Nochebuena del jefe del Estado debe de obtener el plácet del
presidente del Gobierno. Los socialistas durante la Transición aceptaron, con
pingües beneficios políticos y gremialistas, la continuidad de hecho de la
herencia franquista: y la monarquía actual es el exponente más significativo. Pedro
Sánchez ha sido contundente: no cuestionaremos la monarquía, forma parte del
pacto constitucional. Todo lo más están por retoques del maquillaje.
Pero, hoy por hoy, no existe
alternativa posible y articulada al régimen de la Transición. Y, además, una
república formal, desde las premisas de la Constitución del 78, tampoco sería
la solución. Para nosotros, como carlistas, por razones históricas, políticas y
de convivencia democrática debemos de considerar a la monarquía liberal y
franquista como inaceptable. Está totalmente periclitada, sin posibilidad
alguna de regeneración: si nunca tuvo legitimidad de origen, para nosotros
jamás ha podido conseguir algún tipo de legitimidad de ejercicio. Siempre ha
sido un instrumento al servicio de las élites dominantes.
Para nosotros el debate no debemos
plantearlo en torno a la forma de gobierno. Debemos de formularlo en términos
muchos más amplios: desde un consenso democrático que reformule un pacto de
Estado entre todas las Españas. Tampoco debemos caer en radicalismos
excluyentes: el consenso democrático y federal puede reformularse, si hay
voluntad política, desde la actual Constitución, pero no desde una lectura
estrecha y legalista, bien al contrario, desde una lectura inclusiva y
ampliamente democrática. O bien, desde un proceso constituyente si los
partidos, y partidarios del Régimen, se niegan a cualquier posible diálogo.
Y tenemos que dejar bien claro a la opinión pública que nuestro rechazo a la actual monarquía no lo hacemos desde una pleito dinástico, de una disputa por la Corona de familia a familia. No, los carlistas no planteamos un pleito dinástico, planteamos un pleito democrático y de consenso desde la pluralidad nacional de las Españas.