La semana pasada
hacíamos una reseña del clásico libro de George Sorel “Reflexiones sobre laViolencia” en la que mencionábamos las críticas que en dicha obra se
vertían contra Jean Jaurés, dirigente del Partido Socialista Frances, fundador
y director del diario “L´Humanité”, que con el tiempo se convertiría en el
órgano de expresión del Partido Comunista Francés.
Jean Jaurés, cuyo nombre completo
era Auguste Marie Joseph Jean Léon Jaurès (Castres, Francia,
3 de septiembre de 1859 – París, 31 de julio de 1914), además de ser un honesto
socialista de los muy pocos que en 1914 se opusieron en sus respectivos
parlamentos nacionales a votar a favor de las declaraciones de guerra y de los
empréstitos extraordinarios que las mismas exigían fue también un convencido
defensor de los valores republicanos y del laicismo, lo cual no le impidió
defender la permanencia de la asignatura de Religión Católica en los planes de
estudios franceses si bien con carácter voluntario y dando la alternativa, a
aquellos estudiantes que no deseaban recibirla, de otra asignatura equivalente
o sustitutoria.
Curiosamente, cuando su hijo
solicitó la autorización paterna para quedar exento de la clase de religión
Jean Jaurés se la negó razonándole en una carta los motivos de tal negativa.
Esta carta, abierta de nuevo en nuestro país la conveniencia o no de la
permanencia en los planes de estudios de la asignatura de religión por quienes
no alcanzan a comprender que su beligerancia, lejos de proporcionar libertad de
pensamiento, lo que pretende es sustituir un supuesto adoctrinamiento por otro
posiblemente menos provechoso; adquiere actual interés y por ello la damos a
conocer a continuación a fin de que nuestros lectores la conozcan y puedan
razonar al respecto.
La citada carta dice así:
“Querido
hijo:
Me pides un justificante que te
exima de cursar religión, un poco por tener la gloria de proceder de distinta
manera que la mayor parte de los condiscípulos y temo que también un poco para
parecer digno hijo de un hombre que no tiene convicciones religiosas. Este
justificante, querido hijo, no te lo envío ni te lo enviaré jamás.
No
es porque desee que seas clerical, a pesar de que no hay en esto ningún
peligro, ni lo hay tampoco en que profeses las creencias que te expondrá el
profesor.
Cuando tengas la edad suficiente
para juzgar, serás completamente libre pero, tengo empeño decidido en que tu instrucción y tu educación sean
completas, y no lo serían sin un estudio serio de la religión.
Te parecerá extraño este lenguaje
después de haber oído tan bellas declaraciones sobre esta cuestión; son, hijo
mío, declaraciones buenas para arrastrar a algunos pero que están en pugna con
el más elemental buen sentido. ¿Cómo sería completa tu instrucción sin un
conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las cuales todo el
mundo discute? ¿Quisieras tú, por tu
ignorancia voluntaria, no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin
exponerte a soltar un disparate?
Dejemos a un lado la política y las
discusiones y veamos lo que se refiere a los conocimientos indispensables que
debe tener un hombre de cierta posición. Estudias mitología para comprender
historia y la civilización de los griegos y de los romanos y ¿qué comprenderías de la historia de Europa y del
mundo entero después de Jesucristo, sin conocer la religión, que cambió la faz
del mundo y produjo una nueva civilización?
En
el arte ¿qué serán
para ti las obras maestras de la Edad Media y de los tiempos modernos, si no
conoces el motivo que las ha inspirado y las ideas religiosas que ellas
contienen?
En
las letras ¿puedes
dejar de conocer no sólo a Bossuet, Fenelon, Lacordaire, De Maistre, Veuillot y
tantos otros que se ocuparon exclusivamente de cuestiones religiosas, sino
también a Corneille, Racine, Hugo, en una palabra a todos estos grandes maestros que debieron al cristianismo sus más
bellas inspiraciones? Si se trata de derecho, de filosofía o de moral
¿puedes ignorar la expresión más clara del Derecho Natural, la filosofía más
extendida, la moral más sabia y más universal? –éste es el pensamiento de Juan
Jacobo Rousseau.
Hasta
en las ciencias naturales y matemáticas encontrarás la religión: Pascal y Newton eran cristianos fervientes; Ampere
era piadoso; Pasteur probaba la existencia de Dios y decía haber recobrado por
la ciencia la fe de un bretón; Flammarion se entrega a fantasías teológicas.
¿Querrás tú condenarte a saltar
páginas en todas tus lecturas y en todos tus estudios? Hay que confesarlo: la religión está íntimamente unida a todas las
manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización y es
ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una manifiesta inferioridad
el no querer conocer una ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros
días tantas inteligencia preclaras.
Ya que hablo de educación: ¿para ser
un joven bien educado es preciso conocer y practicar las leyes de la Iglesia?
Sólo te diré lo siguiente: nada hay que
reprochar a los que las practican fielmente, y con mucha frecuencia hay que
llorar por los que no las toman en cuenta. No fijándome sino en
la cortesía en el simple ‘savoir vivre”, hay que convenir en la necesidad de
conocer las convicciones y los sentimientos de las personas religiosas. Si no estamos obligados a imitarlas, debemos por lo
menos comprenderlas para poder guardarles el respeto, las consideraciones y la
tolerancia que les son debidas.
Nadie será jamás delicado, fino, ni
siquiera presentable sin nociones religiosas.
Querido hijo: convéncete de lo que
digo: muchos tienen interés en que los
demás desconozcan la religión, pero todo el mundo desea conocerla. En cuanto a
la libertad de conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería que
rechazan de ordinario los hechos y el sentido común.
Muchos anti-católicos conocen por lo
menos medianamente la religión; otros han recibido educación religiosa; su
conducta prueba que han conservado toda su libertad.
Además, no es preciso ser un genio
para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que
tienen la facultad de serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga
a la irreligión. La cosa es muy clara:
la libertad exige la facultad de poder obrar en sentido contrario.
Te sorprenderá esta carta, pero precisa hijo mío, que un padre diga siempre la
verdad a su hijo. Ningún compromiso podría excusarme de esa obligación
Recibe, querido hijo, el abrazo de
tu padre.”