Este artículo fue escrito hace cuatro
años, en plena burbuja inmobiliaria,
siendo su contenido y conclusiones deplena
vigencia en la actualidad.
A comienzos del Siglo XX, cuando España era un país puramente agrícola en el que no existía prácticamente clase media, los españoles se movían entre dos extremos: el de aquellos que tenían dinero y compraban o construían edificios enteros con la finalidad de alquilar los pisos y el de aquellos otros que no tenían tanto dinero y simplemente alquilaban las viviendas por una renta mensual a los primeros.
Sin duda, el desarrollo industrial que el país experimentó en las décadas de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, además de fomentar la aparición de “una sana clase media” hizo que el número de propietarios de viviendas aumentase al tiempo que el mercado de alquiler de viviendas sufría una grave crisis también fomentada por la congelación de las rentas arrendaticias que tuvo lugar al final de la Guerra Civil.
En la actualidad, el precio de la vivienda, como todos sabemos esta experimentando un constante y notable aumento anual que las lleva a tener precios privativos para la inmensa mayoría de los ciudadanos que se ven obligados a renunciar a adquirir una vivienda en propiedad o a hipotecarse doblemente por toda su vida; y bien digo “doblemente” porque para hacer frente en el presente a una hipoteca con posibilidades de no terminar embargado, es necesario la contribución de, al menos, las dos personas que integran la pareja.
Para combatir este grave problema del desmesurado precio de la vivienda, los diversos gobiernos que se han sucedido en estos últimos años, siguiendo la tradicional forma de obrar de los dirigentes españoles que consiste, como decía muy acertadamente Ortega y Gasset, en “levantarse todos los días y hacer cosas para hacernos creer que (España y los españoles) existimos”, se han dedicado a construir más viviendas de protección oficial (totalmente insuficientes para satisfacer la demanda) y a liberalizar más suelo sin que ello haya supuesto ningún abaratamiento del precio de los inmuebles pese a lo cual, los partidos de la oposición han seguido insistiendo en reclamar más liberalización de suelo y construcción de más viviendas de protección oficial, lo cual, ya se ha revelado poco o nada eficaz.
Entonces, si los precios de la vivienda no bajan , o no lo hacen de forma radicalmente significativa, ni se frenan con más suelo liberalizado y más viviendas sociales construidas, ¿Dónde radica el problema?. ¿Cómo se puede solucionar esto?. Pues bien, el problema es un problema global que hay que buscar en los cambios que la economía española viene experimentando en las dos últimas décadas; cambios impuestos por Bruselas desde nuestra incorporación a la Comunidad Económica Europea, hoy Unión Europea. El sometimiento de la economía española a las directrices europeas ha supuesto que el futuro económico español se base prácticamente en su totalidad en el sector servicios y en la especulación ya que nuestra integración incondicional en esta Europa de los Mercaderes supuso el desmantelamiento de nuestra agricultura para no hacer excesiva competencia a la agricultura francesa y de nuestra industria pesada para no hacer excesiva competencia a la industria alemana. Una economía tan solo basada en el sector servicios hace que haya un desplazamiento de mano de obra del sector primario y secundario a este sector el cual se manifiesta, como es lógico, incapaz de absorber toda la mano de obra que la agricultura e industria desechan al tiempo que para subsistir precisa de la existencia de un fuerte consumo interno.
Así pues, nos encontramos con que las dudosas posibilidades de conseguir un puesto de trabajo seguro, de esos de “para toda la vida”, unido a la temporalidad y al sometimiento constante a cambios caprichosos del sector servicios, este haciendo que los españoles vayan encauzando su futuro laboral y económico particular más hacia la especulación que hacia el trabajo diario y productivo y, como desde luego, no hay especulación más segura que aquella que permite tener una renta perpetua (salvo imprevistos imponderables), elevada y actualizable anualmente, se están orientando hacia la compra de viviendas, no tanto para venderlas posteriormente obteniendo una plusvalía, como para alquilarlas siendo seguro que en un futuro muy próximo, el mercado de los alquileres se reactivara notablemente al tiempo que se construirán viviendas nuevas que se seguirán comprando y vendiendo con avidez creándose grandes acumulaciones patrimoniales de bienes inmuebles que a su vez supondrán el retorno de aquella clase de rentistas existente a comienzos del Siglo XX.
Dicho de otra forma: es mucho más seguro y rentable para el que en España pueda permitírselo invertir un millón de euros en comprar inmuebles para arrendar que invertir ese mismo millón en fabricar vehículos, aviones o barcos. Estamos asistiendo en los últimos años a “una toma de posiciones” que tiene por objeto el control del futuro negocio de “bienes raíces” en España, estando detrás del imparable precio de la vivienda la adquisición masiva de viviendas por unos pocos particulares y sociedades mercantiles que siempre terminan siendo los mismos y que ocasiona que realmente haya poca vivienda disponible para aquellos que quieren ejercer su derecho a “una vivienda digna”. Por otra parte el incremento de la población emigrante con su necesidad inmediata de vivienda y su limitado poder adquisitivo y el constante incremento del precio de la vivienda por los motivos antes apuntados (demanda excesiva) que muy pronto hará imposible la compra de ésta por parte de ciudadanos con ahorros y fortunas normales incluso hipotecándose de por vida hacen que el negocio de los alquileres sea hoy una apuesta segura para el día del mañana.
Por tanto la única forma de abaratar el precio de la vivienda a medio y largo plazo garantizando de este modo la adquisición de la misma a todos los ciudadanos es la de cambiar la filosofía que impera en la economía española y que la somete a las directrices de la Unión Europea y fomentar una economía realmente productiva basada en la industria, la agricultura y el comercio exterior, porque una economía basada en los citados sectores, es una economía que generara puestos de trabajo y riqueza colectiva, haciendo huir a los ciudadanos y a los empresarios de la especulación y de la ociosa y depravada vida del rentista.