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sábado, 30 de mayo de 2020

EL PAPA FRANCISCO, LA CONFIRMACION DE UN LIDER MUNDIAL



 Los momentos de crisis han sido siempre el banco de pruebas en el que se pone de manifiesto la verdadera naturaleza del ser humano: algunos, avariciosos, aprovechan la desgracia general en su propio beneficio; otros, consumidos por un narcisismo banal, interpretan y reinterpretan la situación según dicten los caprichos de su ego; los hay también que, poseídos por el temor, se lanzan a un sálvese quien pueda que ignora las necesidades ajenas; incluso encontramos ejemplos de verdugos en potencia que se lanzan sin piedad sobre el primer chivo expiatorio que provea la situación.

            Sin embargo, bajo este maremágnum de respuestas negativas subyace todo un conjunto de pulsiones de cooperación protagonizadas por aquellos que se sobreponen al sufrimiento y que saben ver en el prójimo un hermano en la necesidad. Se trata siempre de corrientes de base que emergen por sí mismas de entre el magma social y que, por supuesto, también han hecho acto de presencia en el contexto de la pandemia del COVID-19. Técnicos que diseñan en tiempo récord ventiladores pulmonares para que sean fabricados sobre el terreno mediante una impresora 3D o vecinos que se ofrecen a hacer la compra a los ancianos que viven solos, son tan solo algunos ejemplos de este fenómeno, por lo demás, universal.
 
            Frente a este compromiso espontáneo, la quiebra de los liderazgos institucionales ha sido un fenómeno genérico; hubo quién optó, como el gobierno británico, por buscar la “inmunidad de rebaño” a costa de la vida de los más vulnerables; quien exclusivamente preocupado por la economía desatendió el problema, porque cuando llegase el calor el virus desaparecería -según afirmó el presidente de Estados Unidos, Donald Trump- y quién directamente ha dejado a sus conciudadanos al albur de las circunstancias, actuación inmisericorde que pesará para siempre sobre la conciencia y en el recuerdo del mandatario brasileño Jair Bolsonaro.

            Tampoco las entidades internacionales lo han sabido hacer mejor, véase si no la incapacidad de la Unión Europea para ofrecer soluciones dignas a una crisis económica y social que corre el riesgo de devastar a los países miembros más afectados por la enfermedad, y la escasa operatividad de una Organización Mundial de la Salud, permanentemente lastrada por los intereses nacionales de potencias enfrentadas, como China y el gigante norteamericano, que minan su autoridad y ponen en riesgo su financiación. La única excepción en este contexto es la que representa el Papa Francisco.

            En efecto, Jorge Bergoglio ha sido el primero entre todos en reconocer la profundidad de una crisis humanitaria sin duda compleja, pero que en todo caso supone un antes y un después en la trayectoria reciente de nuestras sociedades. Así lo refleja en su reflexión publicada durante la pascua en la revista Vida Nueva bajo el título Un plan para resucitar, una meditación. Con ella el Santo Padre se incardina en esa marea de apoyo mutuo y de honda filiación cristiana ya mencionada y que recorre el mundo, no en vano nos remite a quienes «buscaron aportar la unción de la corresponsabilidad para cuidar y no poner en riesgo la vida de los demás».

 Pero el Papa precisa aún más, incluyendo los gestos cotidianos de los miembros de las clases populares que junto a quienes trabajan en los sectores esenciales constituyen la primera línea de contención frente a la enfermedad y lo hace partiendo de sus precondiciones sociales: «fuimos testigos de cómo vecinos y familiares se pusieron en marcha con esfuerzo y sacrificio para frenar su difusión. Pudimos descubrir cómo muchas personas que ya vivían y tenían que sufrir la pandemia de la exclusión y la indiferencia siguieron esforzándose y sosteniéndose para que esta situación sea (o bien fuese) menos dolorosa».

            No cabe extrañarse, por lo tanto, de que a partir de ahí recurra a toda la fuerza redentora del Evangelio para desarrollar un programa de acción profundamente transformador y absolutamente coherente con toda su trayectoria previa; desde el día en que encargó un anillo de hierro, al comienzo de su pontificado, hasta la reciente celebración del Sínodo de la Amazonía. En el texto, junto a una llamada a la paz y a una solución definitiva al problema del hambre en el mundo -absolutamente viable con los recursos disponibles-, el Papa Francisco nos exhorta, como ya lo hiciera en la Carta Encíclica Laudato Si de 2015, a promover un «desarrollo sostenible e integral», respetuoso con el medio ambiente y equitativo en lo económico. En consonancia, se nos pide también «una vida más austera y humana», un cambio de los «estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza» y la adopción de «las medidas necesarias para frenar la devastación del medio ambiente».

            Desde el punto de vista estrictamente social, el Papa Francisco aún ha sido más explícito en su carta a los movimientos populares del pasado 12 de abril. En ella se remite a los que «han sido excluidos de los beneficios de la globalización», a los que «siempre tienen que sufrir sus perjuicios». Se refiere con ello a los sectores laborales «informales» sometidos a un empobrecimiento cada vez mayor, que son quienes más sufren la presente situación, porque carecen de recursos para soportar la cuarentena. Para ellos se propone un mecanismo largamente reclamado desde aquellas instituciones más conscientes de la problemática estructural que aqueja al mercado de trabajo del capitalismo tardío: «un salario universal que reconozca y dignifique las nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de garantizar y hacer realidad esta consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin derechos».

            El mensaje de Su Santidad es, por lo tanto, claro y meridiano y supone la confirmación de un líder mundial que ha sabido estar a la altura de las circunstancias en uno de los momentos más duros de nuestra historia reciente. Un líder que da por amortizados «todos los discursos integristas» que «se disuelven ante una presencia imperceptible que manifiesta la fragilidad de la que estamos hechos». Un líder que aboga por una salida comunitaria y socialmente justa a la crisis que afrontamos. Un líder, en definitiva, que ya ha puesto en marcha un equipo de trabajo destinado a hacer frente a esta situación de emergencia.

            Se trata, sin duda alguna, de un proyecto ambicioso y transversal, que trasciende todo marco confesional, puesto que no es privativo de la catolicidad latina; un proyecto que implica un terreno de trabajo compartido, capaz de unir a hombres y mujeres de todas partes en la búsqueda del bien común; un proyecto ante el cual los carlistas, defensores de un socialismo humanista, no debemos ser indiferentes. La llamada ha sido hecha y sería cuando menos irresponsable no escucharla ni seguirla, con independencia de que se compartan o no las creencias religiosas de la Iglesia Católica. Yo lo haré, está en juego nuestro futuro y el de la humanidad en su conjunto. Respecto a los demás, solo puedo decir una cosa: allá cada cual con su conciencia.


viernes, 15 de mayo de 2020

ENTREVISTA EN EL LIMBO A BILLY EL NIÑO




 Quienes me siguen en la prensa local saben que suelo hacer entrevistas en el Limbo a gente fallecida. Una licencia literaria, que me permite hacer hablar a quienes ya no pueden hacerlo. Y del Limbo regresaba -con los años cada vez estoy más por allí- cuando me crucé por el camino con Billy el Niño, a quien el coronavirus acababa de dar avío a la Eternidad.

Imagínense la escena: los dos parados en aquellas soledades cósmicas, como cuando se encuentran dos montañeros en alguna cumbre. Guardando la distancia de seguridad, nos sentamos a descansar en un rabo de nube. Me di cuenta que el hombre tenía ganas de hablar y que venía muy enfadado de su paso por la Tierra. Aproveché la ocasión y, por provocarle, le solté lo que pensaba de él: “Billy, eres un ser abyecto. Naciste en la Extremadura del hambre, y en lugar de dedicarte al toreo, o convertirte en revolucionario vasco como tu paisano Txiki, o simplemente, ser un emigrante honrado, te dedicaste al arte de perseguir a los demás, machacarlos en comisaría y hacinarlos en mazmorras. A pura fuerza bruta subiste hasta la cima de la Brigada Político Social, escalando sobre los cuerpos magullados de cuantos caían en sus manos. Ahora, hasta Wikipedia te pone como chupa de dómine. Te condenarán aquí arriba, ya que la jueza Servini no ha podido hacerlo ahí abajo. ¿Cómo te sientes?”.

         Para mi sorpresa, en lugar de verlo abajado por el vituperio primero y el coronavirus después, me encontré con un hombre altivo y de un discurso cruel, pero coherente: “Sí, yo fui un torturador. ¿Y cuál es el problema? Cumplía órdenes, era el franquismo, todos hacíamos lo mismo. Políticos y jueces nos lo ordenaban, la prensa aplaudía, la Iglesia bendecía. ¿Por qué tengo que ser el único paganini y no esos que se hicieron demócratas de repente, empezando por los Borbones? Mira mi amigo y compañero Melitón Manzanas: en 2001 le concedieron la Gran Cruz de reconocimiento civil y millonarias indemnizaciones a su familia como víctima del terrorismo. ¿No torturó tanto o más que yo? Y si todos torturábamos en nombre del gobierno franquista, ¿por qué Carrero Blanco, nuestro jefe supremo, ha recibido tantos honores y prebendas?”.

         Por seguir tirándole de la lengua, le digo que esos mismos honores los hubiera tenido él, si lo hubiera matado la ETA. “¡Por supuesto, eso es lo que me indigna! -responde airado- Si los etarras me hubieran pegado un tiro junto a Melitón, o volado junto a Carrero, ahora sería un héroe de España y mi familia tendría el riñón cubierto. Pero como no lo hicieron, me echan a las pezuñas del oprobio y el vilipendio”.

 “Además -continúa Billy- si fui tan malo en el franquismo ¿por qué en 1977, ya con gobiernos democráticos, me enchufaron en la Brigada Central de Información, para seguir haciendo lo mismo con el Grapo, con los de ETA y con cuantos caían en mis manos? ¿Acaso Adolfo Suárez y Felipe González no sabían de mis métodos y de mi experiencia profesional? ¡Por supuesto que lo sabían! Yo seguí haciendo lo mismo bajo otros mandos. Y por eso Rodolfo Martín Villa, otro converso, me entregó la medalla de plata al Mérito Policial. Y posteriormente otras tres medallas más, todas en la democracia”.

         Me muevo inquieto en el rabo de nube. Billy tiene razón. A él no lo condecoró el franquismo, sino quienes vinieron después. Aparento empatizar con él y le digo que eso ocurría en los inicios de una débil democracia, amenazada por el golpismo y los vascos malos… “¡No me vengas con cuentos! -me espeta cabreado-. Tortura, tortura, lo que se dice tortura, y a mansalva, fue lo que vino después, en la sacrosanta democracia. A nosotros no se nos fue tanta gente en la bañera, el potro o la picana como a los que nos sucedieron. Arregi, Gurutze, Zabalza, Geresta, Lasa, Zabala ¡Qué falta de profesionalidad! Hace falta ser torpes para poner la cabeza como se la pusieron a Unai Romano, pero claro, eso el juez Grande-Marlaska no lo veía y, aún así, ha acabado de Ministro de Justicia. ¡Toma ya! Como el juez Garzón, que casi le dan el Premio Nobel de la Paz. O Sánchez Corbí, condenado por “relajar” a Kepa Urra y acabó de jefe del operativo de Catalunya. O Gil Rubiales, que después de darle pasaporte a Arregi lo enviaron de comisario jefe a Canarias. La tortura, en la democracia, ha sido la escalera de los ascensos. ¿Por qué se meten ahora conmigo? Pues para tapar con la capa de la lejanía sus desaguisados actuales. Y espera, que ya son más de 4.000 denuncias de torturas las que ha aceptado el Gobierno Vasco, y las que van a seguir viniendo. ¿Cuántos Billy el Niño, y peores que yo, hay detrás de todas esas denuncias? Dentro de unos años, cuando los verdaderos culpables se sientan seguros, buscarán otro cabeza de turco como yo, y comenzarán a perseguirlo como a mí, para que la gente crea que la justicia funciona y que vive en un país decente. Así funciona España”.

         “Jobar Billy -le digo- te voy a tener que dar la razón”.

         Nos despedimos. “¿Voy bien camino del Limbo?” -me pregunta-. Le digo que no, y sin dudar le señalo otro, un alcorce hacia las calderas de Pedro Botero. Y hacia allí se dirige, confiado, libre ya de cámaras y periodistas. Al final, pienso mientras regreso, no es más que un pobre diablo, al que el coronavirus ha librado de su verdadero infierno terrenal. Este virus cabrón debería afinar la puntería y disparar más arriba.

Jose Mari Esparza Zabalegi

Editor

domingo, 3 de mayo de 2020

MONTEJURRA: EL ESPACIO SAGRADO DE LOS CARLISTAS




 El primer domingo de mayo, los carlistas conmemoramos, como cada año el recuerdo en la cumbre de Montejurra cercano a Estella, una de las victorias carlistas de 1873 sobre los liberales. Esta concentración carlista de fuerte carácter político, social y reivindicativo vinculado al Partido Carlista, estaba prevista para su celebración el día 03/05/2020, sin embargo a causa del actual Estado de Alarma debido a la amenaza pandémica causada por la COVID 19, se ha visto suspendida su celebración para este primer domingo de mayo de 2020, con el objetivo de postergar su celebración al mes de septiembre de 2020.

            Terminada la última guerra civil de 1936 a 1939 el Carlismo, que estuvo en la rebelión del 19 de Julio de 1936, pero que jamás participó del Movimiento, se reorganizó como organización política independiente del partido único franquista provocando que fuera sometido a  una persecución política por parte del la dictadura franco-falangista, con cierre e incautación de locales, registros policiales en los domicilios de significados carlistas, muchos de ellos excombatientes, y detenciones extrajudiciales que solían terminar con palizas y el habitual  "aceite de ricino".

            A pesar de todo ello el Carlismo mantuvo una actividad política propia claramente contraria a las directrices oficiales del Estado Franquista que, además de reuniones  organizativas y de elaboración de documentos políticos, comprendía también actos públicos convocados al amparo de manifestaciones de religiosidad popular como las peregrinaciones a Montserrat, el Quintillo  o el Vía Crucis de Montejurra.

            Fue a mediados de los años sesenta del pasado siglo cuando el Vía Crucis de Montejurra empezó a convertirse en el acto político central de un Carlismo totalmente beligerante contra el Régimen Franquista y reorganizado en torno a las figuras de Don Javier, el viejo Rey Javier, y sus hijos Don Carlos Hugo, doña María Teresa, doña Cecilia y doña María de las Nieves de Borbón Parma, quienes actualizarían el tradicional ideario carlista hacia planteamientos socialistas autogestionarios y federalistas, por una democracia participativa de abajo a arriba, al objeto de afrontar los retos del siglo XXI. Dotándole de un ágil y dinámico programa político en permanente adaptación a los tiempos sin modificar en nada la substancia de unas reivindicaciones con casi ciento cincuenta años de historia en aquellos años y creando la estructura adecuada para la actuación y la lucha política: el Partido Carlista, recuperando la denominación más histórica del viejo movimiento político.

 Desde los años setenta del siglo pasado, el Va Crucis de Montejurra adquirió todavía un mayor significado político convirtiéndose en un acto antifranquista,  siempre organizado por el Partido Carlista, única organización representativa del Pueblo Carlista, quien no dudo en apoyar y encabezar la lucha unitaria por la democracia y la libertad.  Montejurra fue, y sigue siendo hasta hoy en día, el  principal acto anual del Partido Carlista, único convocante y organizador de los actos,  que comprenden no solo el Vía Crucis que asciende al monte, sino también el acto político de la Campa de Ayegui y los actos culturales y de confraternización del día anterior. Además, los asesinatos de Montejurra 76, junto a los de Vitoria y Atocha, son una referencia de la lucha democrática y antifascista en el imaginario colectivo de los pueblos de España. En la cita anual de Montejurra se funden la memoria histórica del Carlismo y un proyecto político de futuro.

            Por su propia naturaleza el acto de Montejurra es un acto abierto a todos los carlistas que deseen participar en el homenaje a nuestros mártires,  desde el conocimiento de su significado y con respeto a la organización convocante: el Partido Carlista.  

             El pasado año acudió por vez primera a nuestra montaña sagrada Don Carlos Javier de Borbón Parma, jefe de la dinastía carlista. Hacía décadas que a la celebración de Montejurra no asistía un miembro de la Familia Borbón-Parma, aunque la infanta doña María Teresa, en 2016 y en 2017, participó en los actos preliminares del encuentro carlista y rindió homenaje en el monolito de Iratxe a Ricardo y Aniano y participó también en el Vía Crucis.




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