Celebradas
las elecciones y concluido el escrutinio, los resultados son evidentes: el
Partido Socialista Obrero Español ha ganado las elecciones con casi siete
millones y medio de votos y 123 escaños, mientras que el Partido Popular, con
cuatro millones trescientos cincuenta mil votos, ha perdido la mitad de los
sufragios obtenidos en las elecciones de 2016 y ha caído de los 137 escaños que
obtuvo en esas elecciones a los 66 obtenidos el pasado domingo, por lo que lo
verdaderamente relevante a analizar es el resurgimiento del Partido Socialista
Obrero Español y el hundimiento del Partido Popular.
La resurrección del PSOE, tres años
después de la debacle electoral de 2016, se debe a una feliz conjunción de tres
factores que concurren en dicho partido: 1º, la ideología e historia que lo
cimentan, 2º, la habilidad electoralista con la que ha actuado durante los
últimos nueve meses en que ha estado en el gobierno y 3º, la estrategia
desarrollada durante la campaña electoral en la que no ha escatimado medios
propios de su fama e historial.
En los tiempos de crisis como los
que acontecieron al PSOE tras las elecciones de Junio de 2016, su historia más
que centenaria y su carácter de formación política ideologizada que le permiten remontarse a los inicios de
la lucha obrera del Siglo XIX y rodearse de ese halo proletario y justiciero
que le da cierto carácter romántico, confieren al partido socialista una
solidez que se constituye en reducto inexpugnable desde el que empezar a
remontar las malas situaciones, como ha quedado demostrado el pasado domingo 28
de abril.
Por su parte, las medidas tomadas en
los primeros días de gobierno de Pedro Sánchez, tras ganar la moción de censura
y expulsar del gobierno a Mariano Rajoy, consistentes en descongelar los
sueldos a los funcionarios públicos y en incrementar las pensiones de los jubilados
entre un 1´6 y un 3 por ciento no solo
le ha granjeado, al menos, la simpatía de unos colectivos que suman tres
millones de funcionarios y ocho millones de pensionistas sino que además ha
permitido al PSOE hacerse olvidar y perdonar, además de conocidos casos de corrupción,
que fue él, el partido que acordó la congelación de las pensiones de
jubilación, impuso constitucionalmente el techo de gasto público y creo el
copago farmacéutico, que, por cierto, sigue vigente.
Finalmente, la estrategia electoral
desarrollada durante los quince días de campaña ha sido perfecta: movilizar a
la sociedad contra un imposible triunfo del fascismo, difundiendo bulos e
informaciones estrambóticas, cuando no radicalmente falsas, que situaban a VOX en
el 20 por ciento de los sufragios y con 60 diputados.
Por su parte, los resultados
electorales también arrojan el importante dato de que PODEMOS, que soñaba con
dar el "sorpasso" al PSOE para darle "el abrazo de oso", se
ha hundido en gran medida debido a las graves contradicciones internas de la
formación morada y a la política de mera ambición personal de sus líderes. Tras
las elecciones de junio de 2016, PODEMOS pudo optar por varios caminos, pero
opto por el peor de todos. Tras una campaña en que se hablaba del bipartidismo,
de la casta y de la regeneración, finalmente su líder, Pablo Iglesias, corrió a
ponerse al servicio del PSOE, olvidando lo de la casta y lo de la
"cal", convirtiendo a su formación en la muleta ortopédica del PSOE.
En política se está para cambiar las cosas o para tocar poder y mantenerlo y,
evidentemente, PODEMOS ha demostrado que está para lo segundo, no para lo primero,
y ello ha hecho que, en estas elecciones, perdiera más de un millón de votos
que han ido a parar al PSOE, porque la gente, como es lógico, cuando tiene que
elegir entre un original y su copia siempre preferirá el original.
PODEMOS,
que en junio de 2016 llegó a ilusionar a cinco millones de españoles con una
posibilidad real de cambio que emanaba de su discurso rupturista, se ha
convertido en un partido político más del panorama español para el que lo único
que importa es "tocar poder", estando actualmente dispuesto incluso a
formar parte de un gobierno del PSOE presidido por Pedro Sánchez, olvidándose
de aquel discurso contrario a dicho partido sostenido hace menos de tres años.
Ahora analicemos la debacle del
Partido Popular, debacle que, a diferencia de lo que le ocurrió al PSOE en
2016, es muy posible que no se pueda remontar y se convierta en definitiva.
El Partido Popular, jamás ha sido un
partido cohesionado ni por su historia ni por su ideología. Su origen no se
remonta, como en el caso del PSOE, al Siglo XIX sino a finales del Siglo XX
cuando se funda Alianza Popular como unión de siete formaciones políticas, cada
una de su padre y de su madre, de distintas tendencias políticas pero, eso sí,
todas ellas presididas por ex jerarcas y ministros franquistas. Con este vicio de
origen, el Partido Popular no tiene un ideario claro ni ninguna historia y si analizamos
su discurso siempre se ha limitado, de una forma u otra, a evitar el triunfo de
la izquierda o a desalojarla del poder "por el bien de España" y, así,
en las elecciones de 1982 se alimentó del voto residual de la extrema derecha
que representaba Fuerza Nueva y, sobre todo, del voto del miedo al PSOE que
anteriormente había alimentado a buena parte de UCD. El problema que siempre ha
tenido el Partido Popular es que, al igual que no se puede mezclar el agua y el
aceite, no se puede mantener al mismo tiempo el "centro político" y
contentar a un sector importante de la extrema derecha ni viceversa por lo que
los dirigentes populares siempre han procurado garantizar la unidad del partido
manteniendo un frágil equilibrio en el que el engaño y el interés era
fundamental. La unidad del Partido
Popular ha aguantado milagrosamente cuarenta años hasta que se ha llegado a un
punto en que el engaño ya no era enmascarable y el interés no podía
satisfacerse totalmente (1) por lo que, simple y llanamente, el partido se ha
roto fragmentando grave e irreversiblemente el voto en las elecciones del pasado
domingo.
La suma de votos obtenidos por el
Partido Popular, Ciudadanos y VOX, constituye una cantidad idéntica, o incluso
superior, a la que proporciono la mayoría absoluta al Partido Popular en las
elecciones de noviembre de 2011, no obstante, al repartirse ese número de votos
entre tres candidaturas diferentes se han perdido cientos de miles de votos en
los restos que han hecho que el llamado "bloque de las derechas" no
sea capaz de sumar para constituir, siquiera, una minoría de bloqueo en el
Congreso.
Es fácil culpar de la debacle del
Partido Popular a la gestión de Pablo Casado, pero lo cierto es que hubiera
hecho lo que hubiera hecho, se hubiera inclinado hacia donde se hubiera
inclinado, el Partido Popular, habría perdido en cualquier caso cientos de
miles de votos. Cierto es que, obligado a elegir entre dos males, uno ha de
elegir el que menos le perjudique y que tal vez lo que menos hubiera
perjudicado al Partido Popular hubiese sido inclinarse más hacia el centro y
menos hacia la extrema derecha (2), aunque tal afirmación no deja de ser una
simple especulación sin un fundamento real.
Ciertamente, el Partido Popular ha
hecho una campaña muy escorada hacia la derecha política y aún así ha obtenido
cuatro millones trescientos cincuenta mil votos, esto es tres millones
seiscientos mil votos menos que en las elecciones de 2016 y de esos votos
perdidos, los datos indican claramente que un millón han podido ir a
"Ciudadanos" y dos millones seiscientos mil a VOX. Es decir, el
Partido Popular ha perdido más votos a favor de la ultraderecha que a favor del
supuesto "centro político" lo que puede traducirse en el hecho de que
el partido que dirige Santiago Abascal todavía tiene cuatro millones trescientos
cincuenta mil votos populares entre los que intentar pescar.
El PSOE, tras las elecciones de 2016,
entro en una muy grave crisis, pero era una crisis puntual de la que no se
sabía cuando saldría pero de la que era seguro que saldría; en cambio el
Partido Popular, tras las elecciones del pasado domingo 28 de abril, ha entrado
en una crisis que posiblemente sea definitiva al ser incapaz de mantener unidas
en su seno las distintas facciones que lo integran y al ver ocupado su espacio
político y asaltado su electorado tanto por la extrema derecha como por el
"centro político". La clave de
la resolución de esta crisis que se ha abierto en el Partido Popular no se
encuentra tanto en lo que el propio Partido Popular haga o pueda hacer por sí
mismo como en los errores en que puedan incurrir tanto VOX como
"Ciudadanos" porque, como ya ha demostrado PODEMOS, una cosa es conseguir
varios millones de votos y otra, muy diferente, mantenerlos e incrementarlos.
(1)
Es de indicar que el Partido Popular ha gobernado en dos legislaturas con
mayoría absoluta (Legislatura de 2000 a 2004 y Legislatura de 2011 a 2015)
durante las cuales jamás ha derogado, pudiéndolo hacer fácilmente, leyes
aprobadas por el gobierno socialista y que combatió apasionadamente mientras
estaba en la oposición como por ejemplo la Ley de Memoria Histórica, la Ley de
Educación o la Ley del Aborto, por lo que se puede decir que el Partido Popular
ha gobernado conforme a las leyes socialistas lo que ha supuesto un engaño para
ese importante sector ultra que tenía y aún tiene en su seno.
(2)
Hay que tener en cuenta que ese "centro político" que dice
representar "Ciudadanos" no ha dudado en pactar con VOX en Andalucía
para alcanzar el poder, ejemplo claro de que los ideales o principios ceden
ante el interés.