Cuando en 1862 Víctor Hugo escribió “Los Miserables”, no pudo ser consciente de que posiblemente estaba escribiendo, no una de sus obras más emblemáticas, pues “Nuestra Señora de París” también lo fue para su autor, sino la que posiblemente sea la mejor novela de la literatura contemporánea.
“Los Miserables” adquiere su condición de mejor novela de la literatura contemporánea tanto por su argumento como por su estructura narrativa.
En cuanto al argumento de la novela pretende ser una epopeya popular que extrae de las clases populares la mayor parte de sus protagonistas principales (los cuales resultan ser en numerosos casos de noble y heroica condición) siendo el mensaje subliminal y principal de la obra la idea de que hay individuos que se ensalzan desde su más baja condición mientras que otros, por la maldad intrínseca a su personalidad, serán siempre unos miserables morales. En este sentido, “Los Miserables” es una novela que, aunque escrita en un momento en el que el anticlericalismo y el laicismo militante hacían furor en el mundo literario y político, esta totalmente impregnada de un mensaje social y moral cristiano (no en balde el protagonista Jean Valjean, es redimido al principio de la historia por un obispo) que la hacen una obra literaria atemporal cuya lectura no desmerece por el tiempo transcurrido desde su publicación.
No obstante, es en su estructura narrativa donde “Los Miserables” alcanza una cota de perfección difícilmente lograda por otras obras posteriores. Así en primer lugar, nos encontramos en la extensa obra de Víctor Hugo con historias de multitud de personajes, en principio independientes las unas de las otras, que terminan confluyendo en la historia principal donde finalmente todos los personajes están históricamente relacionados y guardan conexión. Así, por ejemplo; Thenardier guarda relación con Mario Pontmercy por haber sido el primero un saqueador de heridos en Waterloo donde intentando robar un reloj al padre del primero, éste cree que le está salvando la vida y le queda eternamente agradecido haciendo también deudor de gratitud a su hijo. Igualmente ocurre con el personaje del pilluelo parisino de Gavroche quien, teniendo aparentemente una historia sin relación alguna con ningún otro personaje, resulta ser hijo de Thenardier. En gran medida esta estructura donde los personajes siempre guardan íntima relación aunque en un principio no sea aparentemente así hace que el lector de “Los Miserables” mantenga siempre el interés y no deje de asombrarse de lo que va descubriendo según va recorriendo las páginas.
Por otra parte, “Los Miserables” es una novela completa porque en ella se aparecen felizmente reunidos infinidad de estilos prosaicos, siendo a la vez un folletín amoroso y de aventuras, una novela social y una novela histórica, siendo la descripción de la batalla de Waterloo que contiene de una belleza y perfección tal que el mismísimo ex Ministro de Asuntos Exteriores francés Villepin no pudo prescindir de tal descripción para escribir su reciente historia de “Los Cien Días”. Además de contener todos los estilos novelísticos anteriormente mencionados, existen en “Los Miserables”, varias digresiones técnicas que, manteniendo el hilo de la narración, constituyen auténticos ensayos de diversas materias como es el dedicado al “Caló”, que se convierte en un discurso lingüístico sobre el argot de las gentes del hampa propio de un académico de la lengua.
Todo esto hace de “Los Miserables” no solo la mejor novela de la literatura contemporánea a cuya calidad muchas se le han acercado pero ninguna la ha igualado (y mucho menos superado), sino también una novela completa o novela de novelas que vale la pena leer y releer aunque solo sea por puro deleite.