No
eran pocos los miembros de las numerosas tertulias de politólogos que inundan
nuestras televisiones y los curtidos periodistas especializados en política nacional
e internacional que llenan y rellenan nuestros periódicos los que afirmaban,
sin ningún género de duda, que el PSOE estaba esperando que pasasen las
elecciones autonómicas gallegas y vascas para intentar un acercamiento al
Partido Popular y permitirle gobernar absteniéndose en el parlamento.
Ahora que las elecciones autonómicas
gallegas y vascas han pasado solo hay una cosa muy clara: el Partido Socialista
Obrero Español se desangra y se encuentra, electoralmente hablando, en caída
libre. En esta situación el PSOE no puede hacer nada porque toda solución le
resultaría fatal: permitir un gobierno del Partido Popular significaría
asegurarse para las próximas elecciones la pérdida de un importante porcentaje
de voto que iría a parar a PODEMOS, intentar gobernar le resulta numéricamente
imposible y esperar, por último, incrementar los apoyos electorales en unas
terceras elecciones parece ser una esperanza vana pues todo indica que el
partido socialista padece una continua hemorragia de votos que no ha sabido o
no ha podido cortar.
La crisis del PSOE es larga y habría
que buscarla en el abandono de la secretaría general por Felipe González en
1996 lo que supuso que se abriera una lucha interna por el poder que aún no ha
terminado. La victoria socialista en el año 2004 fue un verdadero canto del
cisne, el Partido se unió ficticiamente en torno a su Secretario General, señor
Rodríguez Zapatero, al que hasta entonces se le conocía en el seno del partido
por el pseudónimo de "Bambi", por el simple hecho de que se había
alzado con la victoria electoral contra todo pronóstico. La gestión de
Rodríguez Zapatero a lo largo de casi ocho años de gobierno, en los que se
recortaron derechos sociales mediante una reforma laboral, se reformo la
constitución sin un posterior referéndum y, en definitiva, se "abrieron
melones" qué desde aquel entonces no han dejado de abrirse sin cerrarse
ninguno; hizo que el Partido Socialista Obrero Español perdiera casi toda su
credibilidad y que la victoria del Partido Popular en las elecciones del 2011
no fuera nada más que un resultado lógico.
Lo
que ya no resulta tan lógico es que tras los últimos cuatro años de gobierno
del Partido Popular que ha consagrado el generalizado empobrecimiento de la
población española, el PSOE no haya sido capaz de reorganizarse y plantear una
política de oposición capaz de imponerse en unas elecciones y es que la mera
aparición de PODEMOS no es suficiente para explicar la descomposición de los
socialistas.
Cuando el Partido Socialista Obrero
Español gana las elecciones en 1982 y obtiene el asombroso número de 202
diputados en el Congreso se convierte en un partido de poder es decir en un
partido que requiere el poder para seguir existiendo. Si en 1982 el PSOE tenía
unos treinta mil afiliados todos ellos lograron colocarse, de una u otra forma,
en política generando grandes expectativas en otras personas que pasaron
paulatinamente a engrosar las filas socialistas con la intención también de
colocarse. La pérdida de poder que el
partido socialista viene experimentando sin tregua desde el año 2011 está
haciendo que muchos de sus antes leales interesados intenten alcanzar sus expectativas en otras
formaciones a las que, no solo votan, sino también se afilian.
El PSOE tiene un enemigo político y
no es el Partido Popular, sino PODEMOS porque los socialistas saben que si se
les priva del liderazgo de la izquierda solo sería cuestión de tiempo la
desaparición del partido, por eso el actual secretario general, Pedro Sánchez,
se está aferrando con uñas y dientes a ese liderazgo de la izquierda muy
difícil de justificar si permitiera gobernar al Partido Popular.
Así pues, los resultados de las
elecciones gallegas y vascas lo único que han aclarado es el desolador panorama
que presenta un partido centenario, el socialista, que parece estar próximo a
retornar a esos cuarenta años de vacaciones en los que estuvo entre 1939 y 1976
no habiendo servido las mismas para pronosticar racionalmente sobre si la
posibilidad de unas terceras elecciones se aleja o no.