Tras
las elecciones autonómicas del pasado Domingo, 27 de Septiembre, en Cataluña,
los resultados son claros: los supuestamente independentistas superan la
mayoría absoluta con setenta y dos escaños en total mientras que los
supuestamente contrarios a la independencia quedan bastante por detrás con sesenta
y tres diputados, nueve menos.
Siendo lo único claro que la lista
más votada ha sido "Junts pel sí", el resto es subjetivo demostrando
la casta política nuevamente una
desvergüenza total al valorar los resultados electorales en los que todos han
ganado y nadie ha perdido en una especie de "el que no se consuela es
porque no quiere".
Ahora resulta que los políticos
españolistas se han caído del caballo y han iniciado una conversión en el
Camino de Damasco consistente en el famoso "donde dije digo ahora digo Diego".
Después de meses afirmando que las elecciones del 27 de Septiembre no eran unas
elecciones plebiscitarias ahora cambian su postura y les dan valor
plebiscitario porque las candidaturas independentistas, que si bien han
obtenido en las Cortes Catalanas una amplia mayoría absoluta, solo han obtenido
el 48 por ciento de los votos, lo cual, todo sea dicho de paso, tampoco está
muy claro ya que el casi 9 por ciento de votos obtenido por "Cat si que es
pot" no es un porcentaje de voto claramente contrario a la independencia
(1). Asimismo, para los políticos españolistas parece que después de décadas
afirmando las bonanzas del sistema democrático representativo y de la
legislación electoral donde el "juego democrático" favorecía
saludables pactos en las instituciones y en el que la acción de gobierno
dependía de las mayorías parlamentarias y no de las mayorías sociales, eso ya no
vale, no cuenta o no tiene gran valor, simplemente porque, en la actual
tesitura catalana, no les conviene.
Si los políticos españolistas
hubieran querido hacer valer ese pírrico 51 por ciento con el que el electorado
les ha premiado el Domingo pasado deberían haber aceptado hace años convocar un
referéndum donde se plantease claramente la cuestión de la independencia de
Cataluña y ganarlo. No ha sido así, han preferido llevar una política de mirar
para otro lado y de ir parcheando el problema hasta que se han encontrado con
que la marea independentista ha ido creciendo paulatinamente hasta convertirse
en el verdadero tsunami que es hoy.
Ya no se puede ocultar más la
realidad ni por unos ni por otros. La sociedad catalana está fraccionada en dos
posturas ya difícilmente reconciliables y considerar una victoria el pírrico 51
por ciento de los votos con los que cuentan los opositores a la secesión es un
engaño más con el que la casta política pretende enmascarar la cruda realidad
de un estado español que afronta su desintegración.
Desde el punto de vista social o
sociológico, una independencia no se puede proclamar con el apoyo de un 51 por
ciento de los ciudadanos; más aún, una independencia proclamada con la
oposición de tan solo un diez por ciento de los ciudadanos plantearía, a medio
y largo plazo, graves problemas de cohesión al estado resultante de dicha independencia
que nacería con el germen de la desintegración en su seno (2) así pues ¿qué se podría decir
de una independencia surgida con la oposición de un 25 por ciento o más de la
población?. No obstante, y a sensu contrario, también hay que afirmar que la
unión no se puede mantener con el apoyo de un 51 por ciento de la población
porque el estado que tuviera en su interior tales porcentajes centrífugos y
centrípetos sería un estado inviable puesto que la segura y constante pugna de
las fuerzas representativas de dichos porcentajes monopolizaría todos los
esfuerzos del estado en política exterior e interior y gran parte de los esfuerzos
económicos haciéndole totalmente ineficaz al alejarle de sus verdaderos
objetivos que son los de procurar seguridad y bienestar a sus ciudadanos.
Tras las elecciones del Domingo, no
nos engañemos, la situación institucional en Cataluña permite a los partidarios
de la independencia proclamar unilateralmente la misma amparados en que la
legalidad electoral y la legitimidad democrática les confiere la representación
mayoritaria en el parlamento catalán. Otra cosa diferente es si serán capaces
los independentistas de proclamar la independencia y asumir sus consecuencias.
Evidentemente, el mayor riesgo para
la declaración unilateral de independencia no viene de la oposición de la
minoría parlamentaria contraria a la misma sino del personalismo de los
distintos líderes independentistas (Artur Mas, Oriol Junqueras, Antonio Baños)
que, al igual que el resto de los líderes de la casta política que asola el
solar ibérico, son verdaderas vedettes ansiosas de laureles, reconocimientos y
sobre todo de figurar con letras más grandes en el cartel anunciador de la
representación teatral. La CUP ya ha manifestado que no apoyará la investidura
de Artur Mas y es dudoso que Artur Más acepte un puesto de telonero en el
proceso independentista, siendo igualmente dudoso que los líderes independentistas tengan la visión
política de considerar al gobierno que surja de la sesión de investidura como
un gobierno provisional que, sin desatender las cuestiones cotidianas, solo tendrá
por objetivo fundamental y primordial la proclamación de la independencia y la
ruptura real y legal con las instituciones del estado español tras lo cual solo cabría en puridad
democrática una nueva convocatoria electoral ya en un estado independiente a
fin de elegir el gobierno que lo gestione y articule.
(1)
Recordemos que existe una clara identificación entre el voto obtenido por
"Cat si que es pot" en estas elecciones autonómicas y el voto
obtenido por "Iniciativa Per Catalunya - Les Verds" en las anterioresteniendo esta última formación política claras manifestaciones a favor de la"entidad nacional y del derecho de autodeterminación de Cataluña"proclamándose "fuerza Soberanista" .
(2)
El propio estado español surgido de la Transición y de la Constitución de 1978
es prueba de lo que digo. Hace menos de cuarenta años, el porcentaje de
independentistas en Cataluña no llegaba al 12 por ciento. Es decir el estado
español tenía en Cataluña, no hablemos ya de otras zonas, una minoría muy
minoritaria de personas que no se sentían identificados con España y con el
tiempo ese porcentaje ha ido creciendo hasta, posiblemente, ser mayoritario en
la actualidad.