Asombrosos
e impactantes resultan los acontecimientos acaecidos en nuestro país en la
última semana que desde luego ponen de manifiesto que la sociedad y la política
española empiezan a mostrar preocupantes síntomas de relevancia psicológica o,
incluso, psiquiátrica que deberían hacernos reflexionar a todos.
En 1993, Felipe González fue
abucheado en la Universidad Autónoma de Madrid por un numeroso grupo de
estudiantes a causa de los escándalos de corrupción que en esos momentos salpicaban
al Partido Socialista Obrero Español todavía en el gobierno. 1993 era el año de
los tres millones de parados y la juventud estudiantil que había acudido al
acto del entonces Presidente del Gobierno era una juventud que se veía
gravemente afectada en su futuro por las políticas que venía desarrollando el
gobierno socialista por lo que su protesta tenía un sentido y respondía a una
lógica indignación y preocupación. Ahora bien, de aquello ha pasado casi un
cuarto de siglo, en el país existen cinco millones de parados y, sobre todo, un
empobrecimiento progresivo de la población dimanante del hecho real y objetivo
de que la obtención de un puesto de trabajo empieza a no ser garantía de
integración social y Felipe González, esta vez en compañía del director de
PRISA, José Luis Cebrián, ha vuelto a la Universidad Autónoma de Madrid donde se
ha repetido el abucheo siendo lo más llamativo que, lejos de ser el
derrocamiento del Secretario General de PSOE, Pedro Sánchez; el motivo del
abucheo ha sido su hipotética participación en el entramado de los GAL, asunto
juzgado hace ya casi veinte años.
Asimismo, con motivo de una
exposición sobre la Guerra Civil de 1936 a 1939, en Barcelona se ha exhibido
públicamente en la calle una estatua ecuestre de un General Franco decapitado
que ha provocado fuertes protestas ciudadanas produciéndose varios actos que de
haberse producido sobre la estatua de algún que otro hispánico espadón, como
por ejemplo la estatua ecuestre de Espartero, habrían sido calificadas por la
autoridad de vandalismo, desórdenes públicos o daños y habría provocado la
inmediata acción policial y judicial con la imposición de las correspondientes
penas e indemnizaciones.
También, y en la misma semana, en
Madrid, con motivo de la inauguración en la madrileña calle de Budapest de un
monumento a la rebelión húngara de 1956, un nutrido grupo de jóvenes ha
increpado a la señora alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, con gritos de
"fascista" al considerar que acudía a un acto de exaltación del
fascismo.
Finalmente, y no menos sorprendente,
resulta que la noticia cultural y editorial más relevante de la semana no haya
sido el último premio Planeta fallado hace unos días sino que un libro de
dudoso gusto y más dudosa credibilidad titulado "España, con dos
cojones" escrito por el polémico Youtuber Álvaro Ojeda se haya convertido
en un éxito de ventas en nuestro país.
Todos estos acontecimientos
presentan unos rasgos comunes que son sintomáticos de algo que no es bueno, es
decir, de algo que es malo o muy malo. No se trata del mal gusto generalizado de
exaltar al parnaso de la literatura patria a un vociferante y chabacano
youtuber como si fuera un Francisco de Quevedo en pugna con un Conde Duque de
Olivares, no se trata de denunciar la ignorancia masiva de aquellos que
consideran fascistas a los revolucionarios húngaros de 1956 cuando el gobierno
de aquella revolución estaba presidido un comunista, Imre Nagy, veterano
revolucionario marxista que participó en el gobierno de Bela Kun de 1919 y
tampoco se trata de afirmar que no existe valor alguno en sacar pecho ante los iconos
sin cabeza de dictadores muertos siendo propio de hombres incultos y pueblos
atrasados el creer que destruyendo las piedras modifican en algo la historia.
No, no se trata de eso.... la cuestión es mucho más grave y se centra en el hecho
de que la inmensa mayoría, por no decir todas, de las personas que han
participado en estas, llámense, protestas no han vivido ni sufrido la época de
los GAL, ni la época Franquista, ni el levantamiento húngaro de 1956, ni la
"quema de conventos" de la II República (y de antes también, que
antes también los hubo).
Estamos en un momento donde se
manifiesta abiertamente el resurgimiento de los viejos odios ancestrales en las
jóvenes generaciones que no tienen razones empíricas ni vitales para tenerlos,
estamos asistiendo al surgimiento de una bipolarización política que, en
sustitución del viejo bipartidismo, amenaza con convertirse, si es que no se ha
convertido ya, en un bifrentismo irreconciliable. Estamos asistiendo, en
definitiva, a una situación sociológica donde la historia ha dejado de existir
porque el pasado se ha vuelto presente y hay un deseo masoquista de continuar luchando
en las terminadas guerras del ayer ignorando suicidamente los retos que nos
plantea el porvenir. Hoy, el odio, la confrontación y el guerra civilismo está
más presente y vivo que hace cuarenta años cuando aún eran millones los que
habían sufrido en sus propias carnes la guerra, el exilio, la prisión y la
represión durante la dictadura haciéndose inevitables las preguntas de ¿Como se
ha llegado a esto? ¿Quién ha fomentado esto? ¿Por qué se ha permitido? ¿Es un
problema de educación o una cuestión de salud mental? ¿Esto es fruto del mal
hacer de un grupo reducido de políticos ambiciosos y sin escrúpulos o es
consecuencia de un trastorno de la personalidad colectiva de todo un pueblo?
De seguir así, en breve tiempo
volverán a tomar sentido, en su pleno dramatismo, aquellas palabras de García
Lorca contenidas en su obra "Bodas de Sangre": "Aquí
hay ya dos bandos. Mi familia y la tuya. Salid todos de aquí. Limpiarse el
polvo de los zapatos. Vamos a ayudar a mi hijo. Porque tiene gente; que son sus
primos del mar y todos los que llegan de tierra adentro. ¡Fuera de aquí! Por
todos los caminos. Ha llegado otra vez la hora de la sangre. Dos bandos. Tú con
el tuyo y yo con el mío".