A pesar de lo que pudiera suponerse o imaginarse, la existencia de mujeres en los ejércitos, no solo no es cosa nueva, sino que fue mucho más relevante en tiempos pasados que en el presente. Es lógico y normal que los actuales propagandistas del liberalismo y de los movimientos feministas y de defensa de la universalidad de derechos quieran hacernos creer que el acceso de la mujer a la milicia responde a un reconocimiento de sus derechos en vez de a una necesidad imperiosa en el reclutamiento de personal para las fuerzas armadas profesionales, ya que si hoy tal reclutamiento resulta deficitario, más deficitario sería todavía de actuarse exclusivamente sobre un universo masculino importando muy poco o nada el hecho que al dirigirse la recluta tanto a hombres como mujeres, se está reconociendo y poniendo en práctica uno de los criterios de la peligrosa e inhumana Guerra Total. Si ya en la época antigua, se hablaba entre los antiguos griegos de la existencia, más mítica que real, de una tribu de mujeres guerreras conocidas como “las amazonas”, siendo los romanos los primeros en documentar la existencia de mujeres entre las filas de los guerreros britanos y germanos, habrá que esperar a la Edad Media, para documentar fehacientemente el primer caso de mujer, no solo combatiente en un ejército regular, sino comandante en jefe del mismo: Juana de Arco, allá por el año 1429 y durante la Guerra de los Cien años (1).
La acción militar del ejército comandado por Juana de Arco, que bajo su mando tuvo a los capitanes más bravos y duros de toda Francia como La Hire o, el posteriormente considerado el primer asesino en serie, Gilles de Rais, obtuvo victorias decisivas sobre los ingleses que cambiaron el curso de la guerra siendo debate intrascendente el hecho de que ella jamás desenvainara la espada en combate ni la esgrimiera contra enemigo alguno.
Más documentados casos aparecen en el renacimiento ligados sobre todos a importantes sitios de ciudades. Así, en el sitio puesto por los turcos a la ciudad, entonces saboyana, de Niza destacó la lavandera Carmela Segurana que desde lo alto de las murallas golpeaba a los asaltantes turcos con su tabla de lavar haciéndoles caer al vacío. Caso similar es el de la española María Pita durante la defensa de La Coruña en 1589 contra las fuerzas del pirata británico Drake que en la situación desesperada del asalto final iniciado por un alférez inglés que había abierto una brecha en las murallas, al grito de “quien tenga honra que me siga” se abalanzó sobre el oficial enemigo matándolo, aunque no está claro si con la espada de su marido, Gregorio de Recamonte, o con los cuchillos de su profesión (María Pita era pescadera), igualmente está documentado el hecho de que en la defensa de La Coruña participaron otras mujeres como Inés de Ben que llegó a ser herida por dos balas británicas.
Otro caso documentado en el Renacimiento y que se diferencia de los anteriores equiparándose al de Juana de Arco porque no se dio en una situación de lucha desesperada sino que se produjo en el seno de un ejército regular es el de Catalina de Erauso, la “Monja Alférez”, que escapada del noviciado de San Sebastián, marchó al Perú donde vestida de hombre y ocultando su condición femenina se alistó como soldado participando en la Guerra de Arauco (famosa por la obra de Alonso de Ercilla “La Araucana”) donde destacó por su arrojo y valentía alcanzando el grado de Alférez y participando en la vida común de la soldadesca con los innumerables duelos y reyertas que eran propios de la vida militar de aquella época. Catalina de Erauso solo descubrió su condición femenina para evitar su ajusticiamiento tras una pelea siendo recibida por el Rey Felipe IV quien la confirmó el empleo de Alférez y por el Papa Urbano VIII quien la autorizó a continuar usando ropajes masculinos (2).
En plena edad contemporánea, los ejemplos vuelven a reproducirse y, aunque se mencionan casos no documentados de mujeres que combaten contra la Convención y el Terror en los ejércitos de la Vendee y Bretaña (3), solo mencionaré a la catalana Agustina Raimunda Maria Zaragoza Doménech, más conocida como “Agustina de Aragón”, cuya gesta disparando el cañón sobre las fuerzas napoleónicas que asaltaban Zaragoza y penetraban exitosamente por la Puerta del Portillo poniéndoles en fuga es sobradamente conocida para volver a reiterarla aquí. Mucho menos conocido, pero no por ello menos ejemplarizante, es el caso de Francisca Guarch, “la heroína de Castellfort”, acaecido durante la III Guerra Carlista y quién ocultando su condición femenina, se alistó en el Ejército Real que defendía los principios representados por el Rey Carlos VII, alcanzando la graduación de Cabo y siendo condecorada por el propio rey con la Cruz al Mérito Militar y con la Cruz de Carlos VII.
Ya en el Siglo XX, se produce un mayor número de casos de mujeres alistadas en los ejércitos, no solo a titulo individual, sino incluso colectivamente formando batallones enteros. Tal es el caso de la rusa Maria Leontievna Bochkareva quien es la primera mujer que consigue permiso oficial de un Jefe de Estado, en este caso del Zar Nicolás II, para alistarse en un ejército regular europeo durante la I Guerra Mundial tras haber sido rechazada, por su condición femenina, en el 25 Batallón de Reservistas de Tomsk. La bravura demostrada en diversos asaltos a las trincheras alemanas y en la lucha cuerpo a cuerpo la hicieron merecedora de numerosas condecoraciones (entre ellas la Cruz de San Jorge) y centro de la prensa aliada quien se refería a ella como “la Juana de Arco Rusa”. Tras dos años de guerra y ante el desmoronamiento del ejército ruso provocado por las continuas derrotas y la riada de deserciones, Maria Bochkareva ofrece al mando del ejército ruso la posibilidad de crear unidades militares exclusivamente integradas por mujeres dando así lugar a los “Batallones Femeninos de la Muerte”, llamados de esta forma por el fanatismo y el desprecio hacia la muerte con el que combatían. El “Primer Batallón Femenino” de la muerte estuvo al mando de la propia Maria y uno de estos batallones defendió el palacio de la Tauride durante el asalto de los bolcheviques en 1917 quedando posteriormente integrados en el ejército del General Kornilov durante la Guerra Civil Rusa en la que fueron exterminados con ensañamiento por el Ejército Rojo y la Checa. La característica de estos “Batallones Femeninos de la Muerte” es que las mujeres que los integraban asumían totalmente la disciplina militar, renunciaban a todo privilegio por su condición femenina y en cierto sentido renunciaban también a su feminidad al adoptar el uniforme y las formas masculinas (no usaban de ninguna prenda femenina y llevaban el pelo al uso de soldado ruso, es decir, al cero).
Más tarde, durante la II Guerra Mundial, la movilización femenina para la guerra fue muchísimo mayor, pero reducida sobre todo a tareas administrativas, logísticas y de producción militar en retaguardia, no existiendo casos documentados de mujeres combatientes en los ejércitos regulares en conflicto aunque sí en la resistencia francesa, en unidades partisanas en los países ocupados y, al final de la guerra, como auxiliares en la defensa antiaérea alemana, pero ni siquiera fue movilizada para formar parte del Volksturm (reserva alemana).
De todos los casos documentados en la historia y mencionados anteriormente, se pueden deducir varias características comunes que presenta la movilización femenina:
1º. La actuación femenina en la guerra se producía espontáneamente en circunstancias excepcionales y desesperadas, como la defensa de La Coruña o los sitios de Niza y Zaragoza cuando la situación podría calificarse de vida o muerte.
2º. La mujer se integraba como tal y con publicidad de su condición femenina en unidades combatientes guerrilleras o irregulares donde la disciplina era más laxa y que tendían a actuar autónomamente y según el criterio del mando directo de la unidad.
3º. En los casos en los la mujer se incorporaba a unidades militares regulares, lo hacia ocultando su condición femenina y/o renunciando a su feminidad, procurando confundirse, hasta en su aspecto físico con los hombres (caso por ejemplo de Juana de Arco, Catalina de Erauso, Francisca Guarch o de los “Batallones Femeninos de la Muerte”).
Así pues, la incorporación de la mujer a los actuales ejércitos profesionales y que tiene su origen en la conversión del ejército norteamericano de un ejército de quintas a un ejército profesional en 1975 y en la escasez del personal para el mismo, no es un avance en los derechos de la mujer sino más bien un retroceso de toda la humanidad al responder a criterios de guerra sin restricciones y a un erróneo concepto de lo que es o debe ser un ejército regular.
(1) En la misma Edad Media corrieron muchos rumores de la participación de algunas mujeres vestidas de hombres que participaron en las cruzadas llegando alguna de ellas incluso a adquirir el Orden de Caballería, aunque ninguno de estos rumores aparece objetivamente documentado.
(2) Cosa nada baladí esta de la vestimenta masculina por parte de las mujeres de aquel tiempo si consideramos que una de las acusaciones que llevaron a la hoguera a Juana de Arco fue la de vestir ropajes masculinos.
(3) Aunque el caso de la Duquesa de Berry es conocido y está documentado que en 1832 intentó sublevar la Vendee a favor de los derechos de su hijo Enrique V, no se la puede considerar una mujer-soldado pues más bien su labor fue más conspirativa que combativa, por mucho que estuviera ocultándose por los bosques y fuera arrestada con dos pistolas en la mano.