En menos de nueve meses de
administración Biden, Estados Unidos ha abandonado Afganistán de una forma
prácticamente unilateral, en un acto que solo puede considerarse como una pura
deslealtad para con sus aliados de la OTAN al no planificar la evacuación del
país centroasiático conjuntamente con éstos, los cuales fueron caprichosamente
embarcados en el año 2001 en una aventura colonial sin sentido digna de ser
narrada por Rudyard Kipling y, hace tan solo unos pocos días, ha suscrito junto
con Australia y el Reino Unido de la Gran Bretaña el tratado de alianza militar
AUKUS (acrónimo en inglés de Australia, Reino Unido y Estados Unidos) frente al
creciente poder militar y económico Chino en el Pacífico excluyendo, de nuevo,
de tal decisión a sus aliados europeos y ocasionando graves pérdidas económicas
a Francia al conllevar dicho acuerdo la cancelación por parte de Australia del
contrato de compra de diecinueve submarinos al país galo por un importe total
de más de cincuenta y seis mil millones de Euros, contrato éste que se había
convertido en el as en la manga del Presidente Macron cara a las próximas
elecciones presidenciales francesas del año que viene.
Sin tener en cuenta las cancelaciones
de contratos y las pérdidas económicas, la creación de AUKUS por parte de
Estados Unidos responde a la idea, ya anunciada por Trump, de implicarse más en
el área del Océano Pacífico con los ojos puestos en China y menos en una Europa
que, siguiendo los intereses particulares de una cada vez más hegemónica
Alemania, no ha hecho nada más que crearse enemigos donde no los tenía.
A pesar de las crecientes tensiones
entre Rusia y la Unión Europea a causa de la agresiva política impuesta a la
OTAN y a las instituciones europeas por Alemania a causa de Ucrania; Estados
Unidos considera de menor importancia para sus intereses el supuesto peligro
que pueda representar Rusia que el que ya está representando China. En este
sentido, no es descartable que Estados Unidos desease contar con Rusia en una
alianza para hacer frente a China considerando que ésta última mantiene
reivindicaciones territoriales sobre estados sensibles para Rusia como la
República de Mongolia Exterior y parte de Tayikistán así como sobre bastas extensiones de la propia Rusia
(1). De hecho, los distintos acuerdos a los que, de unos años a esta parte,
están llegando Rusia y China y que muchos consideran una verdadera
"alianza Ruso-China" constituyen acuerdos puntuales y contra natura a
los que Rusia se ve obligada a causa de la hostil política europea.
Ahora bien, atendiendo a la conocida
composición de la Unión Europea (de la que, por cierto, ya no forma parte el
Reino Unido de la Gran Bretaña) ese hipotético "Ejército Europeo" se
constituiría para mayor gloria de los intereses económicos de la industria
pesada franco-germana y, aunque se alegara que su creación obedecería a la
intervención en posibles crisis que podrían surgir en la ribera sur del
Mediterráneo no se podría impedir, considerando la actual política europea con
respecto a Ucrania, que Rusia lo percibiera como una amenaza directa sirviendo
para incrementar la tensión entre la Unión Europea y Rusia.
En realidad, el cambio
geoestratégico iniciado por Estados Unidos no solo debería ir acompañado de un
cambio de concepto en la idea de defensa común europea, sino también de un
pertinente reajuste geopolítico más acorde con los intereses europeos que
llevase a abandonar la, hasta ahora, errática política hostil hacia Rusia
sustituyéndola por otra que tuviera por objeto la colaboración en todos los ámbitos,
incluido el militar, y no la confrontación.
(1) Muy posiblemente las llamativas alabanzas que Trump tuvo hacia Rusia y hacia Vladimir Putin durante toda su presidencia, obedecían a este interés que, atendiendo a la forma de obrar de su sucesor, no sería de extrañar que se repitieran en cualquier momento y con la misma intencionalidad.