Como
todo el mundo sabe a estas alturas el tratado que se está negociando entre la
Unión Europea y Estados Unidos de Asociación Transatlántica para el Comercio y
la Inversión (ATCI), tratado conocido por sus siglas en inglés TTIP (Transatlantic Trade and Investment
Partnership), no es solo un tratado de eliminación
de barreras arancelarias al comercio sino, sobre todo, un tratado de
eliminación de barreras no arancelarias que, en definitiva, implicará una
extensión de la normativa estadounidense, mucho más permisiva que la europea en
materia de protección del medio ambiente, derechos de los consumidores y
derechos de los trabajadores, a todo el continente europeo.
El
hecho de que este tratado se esté negociando desde que se creara, en el año
2007, "El Consejo Transatlántico
para la Armonización Legislativa", es decir, desde hace casi diez años, y que
Europa, en todo este tiempo, no haya roto las conversaciones o haya sugerido cambios
radicales en el contenido del mismo implica una clara disposición europea de
aceptar básicamente los términos de un tratado contra el que hasta ahora no se
ha pronunciado ningún gran partido político ni ningún gobierno europeo a pesar
de tener una masiva contestación en la calle por parte de los ciudadanos. Por
otra parte, la prolongación de estas negociaciones sin que Estados Unidos haya
modificado su postura inicial en materia de medio ambiente, derechos de los
trabajadores, privatizaciones etc... podría indicar que Europa considera
inevitable la firma de este tratado y por lo tanto está basando la negociación
exclusivamente en la prolongación indefinida de la misma a fin de pasar a la
próxima generación política la difícil posición de la claudicación.
Y
es que hoy Europa, o mejor dicho, la Unión Europea se encuentra presa de sus
erráticos fundamentos originales puramente materiales y mercantilistas.
Europa
se verá abocada a suscribir el Tratado de Asociación Transatlántico para el Comercio
y la Inversión porque en estos últimos setenta años, Europa no ha sido más que un
tablero político donde unos pocos estados europeos han estado jugando a
repartirse el continente mientras que para las grandes empresas multinacionales
europeas no ha sido más que un campo de explotación regional que, con el
transcurso de los años, se les ha quedado pequeño. Esta realidad
incuestionable, que ninguno de los ciudadanos vislumbró en su momento y, aun
hoy no se vislumbra en su completa dimensión, permitirá a Estados Unidos
utilizar las ambiciones políticas de determinados estados así como el ánimo de
lucro desmedido de muchos grandes empresarios europeos para conseguir la
aprobación del tratado de Asociación Transatlántica para el
Comercio y la Inversión (TTIP en inglés).
En
este sentido, es de recordar que el procedimiento previsto para la aprobación
del TTIP en Europa excluye la participación directa de los ciudadanos ya que
dicho procedimiento consistirá en que la Comisión europea lo presentará al
Consejo de la Unión, que deberá aprobarlo por mayoría cualificada (55% de los
Estados que representen el 65% de la población); tras este visto bueno, se
someterá a aprobación en el Parlamento europeo y, posteriormente se ratificará
por los Parlamentos nacionales quienes tendrán que aceptarlo y rechazarlo
íntegramente no admitiéndose enmiendas nacionales. Considerando la tradicional
alianza transatlántica de los británicos con los estadounidenses y las
recientes manifestaciones sobre el TTIP de la Canciller alemana, Ángela Merkel,
durante su encuentro con el presidente norteamericano Barak Obama es de prever
que estos dos estados, Gran Bretaña y Alemania, los dos más poblados de la
Unión Europea, se posicionen a favor de la aprobación del tratado. Y a este
respecto hay que indicar que el posicionamiento favorable de Alemania
arrastrará a favor de la aprobación del tratado a sus estados satélites
bálticos, balcánicos y centro europeos recientemente incorporados a la Unión
Europea y cuya economía es prácticamente propiedad de las grandes
multinacionales alemanas, así como el posicionamiento favorable de la Gran
Bretaña influirá, sin duda, en el mismo sentido en algunos otros estados
miembros con los que guarda históricas relaciones de dependencia (Chipre, Malta,
etc..).
Por su parte, Estados Unidos ha
favorecido la actual situación europea de hegemonía germana no solo
permitiéndole generosamente extender su influencia político-económica a los
países del Este europeo ex-comunista sino apoyando las pretensiones alemanas en
Ucrania, lo que ha llevado a toda Europa a un contencioso completamente
innecesario con Rusia y precisamente este apoyo político es otra baza a favor
de los norteamericanos en su negociación del TTIP con Europa.
Si analizamos lo que acabamos de
exponer del apoyo a la aprobación del tratado de Asociación Transatlántica para
el Comercio y la Inversión que ya se puede vislumbrar por parte de Alemania y
Gran Bretaña así como de los estados europeos de su influencia al que sin duda
se sumara algún estado más que sea de alguna manera tributario de uno u otro
nos encontramos con que el TTIP no tendrá muchos problemas para conseguir su
aprobación por el cincuenta y cinco por ciento de los estados que sumen el
sesenta y cinco por ciento de la población en lo que será un acto de ejecución
de la más pura y nítida política imperial a la que se ha llegado, no nos
engañemos, con la aquiescencia de la inmensa mayoría de los ciudadanos europeos.