El año 2014 se despedía con la impactante noticia, dada a
conocer el día 17 de Diciembre, de que Estados Unidos y Cuba normalizarían sus
relaciones políticas tras algo más de cincuenta años sin relaciones
diplomáticas abriéndose de nuevo embajadas y permitiendo Estados Unidos que
ciudadanos norteamericanos viajen a la isla.
Este deshielo se debe fundamentalmente a la realidad que
siempre se termina imponiendo sobre cualquier intención o ideología. Desde el
lado norteamericano la realidad indica que cincuenta años de embargo no han
conseguido doblegar al régimen cubano y desde el lado cubano se sabe claramente
que la situación social se les puede ir de las manos antes de una década si no
hay una mayor inversión en la isla y se les permite comerciar con Estados
Unidos.
El fracaso del embargo norteamericano se ha debido
fundamentalmente a que Cuba jamás ha estado realmente sometida a dicho embargo
ya que durante los primeros treinta años del mismo recibió una importante ayuda
soviética que entre otras cosas le compraba el azúcar a un precio superior al
de mercado y le permitía tener acceso a precios asequibles a los productos de
los países socialistas, especialmente al petróleo ruso. Posteriormente, tras el
derrumbe de la Unión Soviética, Cuba ha podido sobrevivir gracias a la
porosidad del embargo que era incapaz de impedir que las empresas europeas
invirtieran en una Cuba que tenía, y aún tiene, un enorme potencial en el
sector turístico y de servicios.
Asimismo, el planteamiento del embargo por parte de los
norteamericanos estaba más bien dirigido a la protección de los intereses
económicos y estratégicos de Estados Unidos que a defender la democracia ya que
a cualquier analista político no se le podía escapar la idea de que poco o nada
puede influir un embargo económico sobre la situación política de una población
que, de ciento doce años de independencia, solo ha disfrutado algunos meses de
libertades y de derechos humanos.
Así pues, la grandeza del presidente Barack Obama ha
consistido en darse cuenta que persistir más tiempo en una política errónea no
conducía a nada y que habría que hacer una política distinta si se deseaba
conseguir un resultado diferente.
Con la normalización de relaciones, Estados Unidos
permitirá viajar a sus ciudadanos a Cuba, con lo que el turismo se incrementará
para mayor beneficio de las multinacionales hoteleras europeas que vienen
invirtiendo en la isla desde principios de los años noventa, lo cual equivaldrá
en la práctica a un levantamiento oficioso del embargo ya que la entrada masiva
de dólares permitirá al gobierno cubano adquirir mayor número de bienes de
consumo en el exterior y, evidentemente, los empresarios norteamericanos
presionarán a su administración para que se les permita abastecer a un mercado
de diez millones de consumidores aduciendo la razón de que, de no hacerlo ellos,
serán las empresas europeas quienes lo hagan en detrimento de las empresas
norteamericanas y beneficiándose de las divisas que aportan los ciudadanos
norteamericanos. Por su parte, al estado cubano le resultará más ventajoso
adquirir bienes en Estados Unidos que en Europa por razón de la cercanía
geográfica.
Así pues, la situación a medio plazo será la siguiente:
la irrupción de un creciente número de turistas norteamericanos incrementará
las reservas de divisas de Cuba, concretamente de dólares, al mismo tiempo
obligará al gobierno cubano a aumentar y favorecer las inversiones en turismo,
servicios y negocios lúdicos a fin de hacer más atractiva la isla a los
ciudadanos norteamericanos. Quizás, con el tiempo, el gobierno cubano cree
empresas mixtas con capital y algún tipo de accionariado norteamericano para
crear nuevas infraestructuras lúdicas permitiendo a los estadounidenses
adquirir algún tipo de propiedades en Cuba. Por su parte, Estados Unidos se
verá obligado a levantar formalmente un embargo que ya solo será nominal a fin
de que sus empresas inviertan y negocien con Cuba para no dejar la totalidad
del mercado cubano en manos de multinacionales europeas que a mayor redundancia
se verían beneficiadas notablemente por el desembolso de dólares
norteamericanos.
En definitiva, es casi seguro que a largo plazo (más de
seis años a contar desde la efectiva normalización de relaciones) la inversión
y el capital norteamericano desplace al capital y a la inversión europea y Cuba
haya retornado a la situación de plena dependencia económica de Estados Unidos
tal y como pasaba en los tiempos de Batista debiendo pensar los ciudadanos
cubanos si estos últimos cincuenta y cinco años de revolución han servido
realmente la pena e, incluso, si los últimos ciento veinte años de su historia
les ha reportado algún beneficio.
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