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jueves, 5 de noviembre de 2015

LA INDEPENDENCIA: EL RESULTADO DEL PROBLEMA



El registro, la semana pasada, por la mesa de las Cortes Catalanas de una moción tendente a favorecer "la desconexión con España", parece haber provocado en el gobierno del Partido Popular una especie de agitación, nerviosismo y "Baile de San Vito" que ha llevado a su presidente, Mariano Rajoy, a convocar urgentemente conferencias con los líderes de otras formaciones políticas en un claro contraste con la parsimonia, tranquilidad y el "aquí no pasa nada" con el que don Mariano se tomaba las manifestaciones con masas oceánicas que llenaban la Diagonal de Barcelona pidiendo la independencia o las numerosas declaraciones de los más relevantes políticos catalanes en ese sentido. Es como si el Gobierno del Partido Popular hubiera entrado en una crisis de pánico. No es para menos y al final diremos por qué.

            La actual demanda de independencia existente hoy en Cataluña no es diferente de la demanda de independencia que existía hace un año, entonces ¿A qué se debe este espasmo de hiperactivismo que afecta desde la semana pasada al señor Presidente del Gobierno?. La respuesta a esta pregunta es muy clara: solo ahora el gobierno y demás políticos afines creen que la independencia de Cataluña y la ruptura del Estado Español es realmente posible.

            Lo que el Gobierno del señor Rajoy y sus circunstanciales aliados en la cuestión catalana ignoran es que la independencia de Cataluña no es ningún problema sino el lógico y previsible resultado del verdadero problema que la casta política española, más ocupada de hacer de la política Sierra Morena y de las decisiones políticas trabucos, ha estado ignorando durante cuarenta años perdiendo la oportunidad histórica de estructurar territorialmente el estado de forma definitiva e integradora de la totalidad de los ciudadanos. El problema, el verdadero problema, del que el actual independentismo catalán no es más que su culminación lógica surge en los inicios de la llamada "Transición" cuando los estudios socio-estadísticos arrojaban el dato objetivo de que en Cataluña existía el porcentaje de entre un cinco y un quince por ciento de ciudadanos que no se sentían identificados con el proyecto de España que se les ofrecía.

Un cinco o un quince por ciento de ciudadanos evidentemente no es un porcentaje mayoritario ni aplastante, pero si es un porcentaje lo suficientemente relevante en política para convertirse en un problema futuro o en una oportunidad a explotar. No obstante, ningún lumbreras del estado español, que además de por la casta política está integrado por otras castas funcionariales de Grupo A, consideró la existencia de problema alguno despreciando a los que señalábamos la cuestión con las típicas frases de "son una minoría", "descontentos hay en todos lados" y "solo son un quince por ciento" y así han pasado cuarenta años en los que, lejos de llevar a cabo políticas adecuadas para reducir progresivamente tal porcentaje hasta su extinción y auspiciar su paulatina identificación con un proyecto en común, se ha favorecido el crecimiento de esa minoría del quince por ciento hasta convertirse en el cincuenta por ciento que, como poco, son ahora.

            Cuando hace cuatro años "la minoría" empieza a crecer exponencialmente al calor de la crisis económica y de los recortes, la casta política española reacciona tímidamente y abandonando el discurso de "son una minoría" pasa a explotar el discurso de la "mayoría silenciosa de Cataluña" debiéndose entender por tal a todos aquellos catalanes que sintiéndose catalanes y españoles no se manifiestan, no sacan la bandera rojigualda  al balcón y el día de las elecciones se quedan en casa y no acuden a votar; pues bien, a tenor de los resultados de las pasadas elecciones autonómicas del 27 de Septiembre, parece ser que esa "mayoría silenciosa", no es tan mayoría. Y es que si en este país, todavía llamado España, existe "una mayoría silenciosa" es esa silenciosa mayoría que nuestra casta política se ha cuidado muy mucho de ir fomentando irresponsablemente a lo largo de los últimos cuarenta años y que está integrada por todos aquellos ciudadanos que fuera de los territorios con fuerte presencia nacionalista periférica (Cataluña, EuskalHerria y Galicia) no se sienten identificados con el proyecto político de España o que el mismo les da completamente igual, hasta tal extremo que, a día de hoy, bien se podría afirmar que los principales enemigos de la posible independencia de Cataluña son los políticos, todos los políticos, catalanes y su principal aliado la indiferencia de esos millones españoles que, no viviendo en Cataluña, no se sienten españoles y a los que jamás se les ha preguntado qué opinan de su nacionalidad española.

            Así pues, de aquellos barros vienen estos lodos, y cuando el gobierno empieza a considerar la posibilidad real de la secesión de Cataluña es cuando se agita compulsivamente, entra en pánico y da palos de ciego porque realmente no sabe qué hacer  además de emprender una guerra de palabras donde algunos hablan de "blindar la unidad de España" como si se tratase de una doncella cuya virtud hay que proteger con un cinturón de castidad. Después de cuarenta años mirando para otro lado, presentando la mediocridad constitucional como la Divina perfección y obviando la realidad heterogénea de Las Españas, que históricamente nunca han sido una unidad política sino una unión, el gobierno reacciona con espanto, pero su espanto, su terror y su pánico no procede de que el más antiguo estado moderno del mundo, uno de los pocos que ha hecho Historia Universal, se diluya hasta desaparecer sino de la pérdida de justificación que tendrían la totalidad de las instituciones de ese Estado y que, en caso de verificarse la secesión de Cataluña, podrían hacerse plantear al común de los ciudadanos el por qué hay que continuar pagando impuestos para que los titulares de dichas instituciones sigan cobrando sus magros emolumentos cuando ha quedado de manifiesto su más completa incompetencia e inutilidad.

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