El registro, la semana pasada, por
la mesa de las Cortes Catalanas de una moción tendente a favorecer "la
desconexión con España", parece haber provocado en el gobierno del Partido
Popular una especie de agitación, nerviosismo y "Baile de San Vito"
que ha llevado a su presidente, Mariano Rajoy, a convocar urgentemente
conferencias con los líderes de otras formaciones políticas en un claro
contraste con la parsimonia, tranquilidad y el "aquí no pasa nada"
con el que don Mariano se tomaba las manifestaciones con masas oceánicas que
llenaban la Diagonal de Barcelona pidiendo la independencia o las numerosas
declaraciones de los más relevantes políticos catalanes en ese sentido. Es como
si el Gobierno del Partido Popular hubiera entrado en una crisis de pánico. No
es para menos y al final diremos por qué.
La actual demanda de independencia
existente hoy en Cataluña no es diferente de la demanda de independencia que
existía hace un año, entonces ¿A qué se debe este espasmo de hiperactivismo que
afecta desde la semana pasada al señor Presidente del Gobierno?. La respuesta a
esta pregunta es muy clara: solo ahora el gobierno y demás políticos afines
creen que la independencia de Cataluña y la ruptura del Estado Español es
realmente posible.
Lo que el Gobierno del señor Rajoy y
sus circunstanciales aliados en la cuestión catalana ignoran es que la
independencia de Cataluña no es ningún problema sino el lógico y previsible
resultado del verdadero problema que la casta política española, más ocupada de
hacer de la política Sierra Morena y de las decisiones políticas trabucos, ha
estado ignorando durante cuarenta años perdiendo la oportunidad histórica de
estructurar territorialmente el estado de forma definitiva e integradora de la
totalidad de los ciudadanos. El problema, el verdadero problema, del que el
actual independentismo catalán no es más que su culminación lógica surge en los
inicios de la llamada "Transición" cuando los estudios
socio-estadísticos arrojaban el dato objetivo de que en Cataluña existía el
porcentaje de entre un cinco y un quince por ciento de ciudadanos que no se
sentían identificados con el proyecto de España que se les ofrecía.
Un cinco o un quince por ciento de
ciudadanos evidentemente no es un porcentaje mayoritario ni aplastante, pero si
es un porcentaje lo suficientemente relevante en política para convertirse en
un problema futuro o en una oportunidad a explotar. No obstante, ningún
lumbreras del estado español, que además de por la casta política está
integrado por otras castas funcionariales de Grupo A, consideró la existencia
de problema alguno despreciando a los que señalábamos la cuestión con las
típicas frases de "son una minoría", "descontentos hay en todos
lados" y "solo son un quince por ciento" y así han pasado
cuarenta años en los que, lejos de llevar a cabo políticas adecuadas para
reducir progresivamente tal porcentaje hasta su extinción y auspiciar su
paulatina identificación con un proyecto en común, se ha favorecido el
crecimiento de esa minoría del quince por ciento hasta convertirse en el
cincuenta por ciento que, como poco, son ahora.
Cuando hace cuatro años "la
minoría" empieza a crecer exponencialmente al calor de la crisis económica
y de los recortes, la casta política española reacciona tímidamente y
abandonando el discurso de "son una minoría" pasa a explotar el
discurso de la "mayoría silenciosa de Cataluña" debiéndose entender
por tal a todos aquellos catalanes que sintiéndose catalanes y españoles no se
manifiestan, no sacan la bandera rojigualda
al balcón y el día de las elecciones se quedan en casa y no acuden a
votar; pues bien, a tenor de los resultados de las pasadas elecciones
autonómicas del 27 de Septiembre, parece ser que esa "mayoría silenciosa",
no es tan mayoría. Y es que si en este país, todavía llamado España, existe
"una mayoría silenciosa" es esa silenciosa mayoría que nuestra casta
política se ha cuidado muy mucho de ir fomentando irresponsablemente a lo largo
de los últimos cuarenta años y que está integrada por todos aquellos ciudadanos
que fuera de los territorios con fuerte presencia nacionalista periférica
(Cataluña, EuskalHerria y Galicia) no se sienten identificados con el proyecto
político de España o que el mismo les da completamente igual, hasta tal extremo
que, a día de hoy, bien se podría afirmar que los principales enemigos de la
posible independencia de Cataluña son los políticos, todos los políticos,
catalanes y su principal aliado la indiferencia de esos millones españoles que,
no viviendo en Cataluña, no se sienten españoles y a los que jamás se les ha
preguntado qué opinan de su nacionalidad española.
Así pues, de aquellos barros vienen
estos lodos, y cuando el gobierno empieza a considerar la posibilidad real de
la secesión de Cataluña es cuando se agita compulsivamente, entra en pánico y
da palos de ciego porque realmente no sabe qué hacer además de emprender una guerra de palabras
donde algunos hablan de "blindar la unidad de España" como si se
tratase de una doncella cuya virtud hay que proteger con un cinturón de
castidad. Después de cuarenta años mirando para otro lado, presentando la
mediocridad constitucional como la Divina perfección y obviando la realidad
heterogénea de Las Españas, que históricamente nunca han sido una unidad política
sino una unión, el gobierno reacciona con espanto, pero su espanto, su terror y
su pánico no procede de que el más antiguo estado moderno del mundo, uno de los
pocos que ha hecho Historia Universal, se diluya hasta desaparecer sino de la
pérdida de justificación que tendrían la totalidad de las instituciones de ese Estado
y que, en caso de verificarse la secesión de Cataluña, podrían hacerse plantear
al común de los ciudadanos el por qué hay que continuar pagando impuestos para
que los titulares de dichas instituciones sigan cobrando sus magros emolumentos
cuando ha quedado de manifiesto su más completa incompetencia e inutilidad.
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